miércoles, 17 de julio de 2013

La maldición del salmón sin casa

Llovían lechugas albinas y el pobre Hinojoso se dirigía a casa a paso lento. Ya casi estaba en su destino cuando fue asaltado por el anciano sin cabeza.

-Usted debe ser Hinojoso -dijo el anciano.

Hinojoso no respondió. No solía hablar con decapitados. Tampoco es que hubiese visto uno antes, por lo que no sabía el protocolo de actuación. Por no saber, ni siquiera sabía cómo alguien sin cabeza podía estar ante él articulando palabras.

-Sí, a todo el mundo le extraña la primera vez -comentó el anciano-. Pero no sea tímido. Anda, sea buena persona y deme su dinero.

Hinojoso retrocedió un par de pasos. No tenía dinero. Pero eso era lo de menos.

-Así que no quieres darme unas monedas, ¿eh? ¿Y tampoco un poco de tu alma?

Hinojoso se tensó al escuchar estas palabras y trató de dar media vuelta, pero tropezó con una de las lechugas que acababa de caer y acabó de bruces en el suelo. Sintió que el viejo se abalanzaba sobre él, pero en el último momento, una sombra apareció de la nada y lo abatió de un disparo.
Hinojoso se incorporó con cuidado y lo vio. Era él. El único, el inigualable.

El pseudodragón había vuelto.

2 comentarios:

MaNoPlaS dijo...

viva!

M dijo...

Manoploso, tío buenooooo.