jueves, 24 de octubre de 2013

El beso del trueno

Cuando eres capaz de fundirte con los elementos que te rodean, cuando puedes deslizarte entre el subsuelo de su cuerpo y sus entrañas, cuando se vierte la vida sobre la muerte y la mezcla te salpica... entonces es cuando sabes que no hay forma de que te aparten de tu camino.

A veces toca abrazar la indiferencia. Es lo más sensato, lo único que aplaca la ira del volcán que se ahoga en su propia ceniza. Y no puedo decir que lo disfrute, como tampoco puedo negar que lo haga. Es parte de la naturaleza de esos sueños a los que me aferré tiempo atrás. Ahora han anidado en mi alma y han cubierto de hiedra las piedras de mi eco.

No puedo destrozar ni puedo crear. No tengo la posibilidad de elegir más allá de la barrera de luz y sonido, del valle que surgió de la nada aquella noche. La estrella giró sobre sí misma y se hizo pedazos, aristas incandescentes que dibujaron la silueta de aquel desconocido. La leve sonrisa era de espuma.

Pero puedo hacer muchas otras cosas. Puedo dejarme caer y atravesar los límites. Puedo perderme en la corriente de ideas, entre estallidos de sabor a fresa y caricias de tulipán. Y es solamente el principio. La orquesta está a la espera de mi señal, de alzar las voces del coro hasta la misma luna.

Se estremece. Se agita. Se contorsiona. Se desdobla en dos esencias atemporales que se enredan, hilos de bruma teñidos de color y plata.

Ven a por mí. Sabes que te estoy esperando, vigilando tu sueño.
Toma asiento a mi lado y escucha aquello que tengo que decirte. Solamente tú puedes entender lo que se refleja en este cristal.

domingo, 6 de octubre de 2013

Latidos en forma de música de pasillos

Es fácil perderse entre las ondas de su pelo. Sucede casi sin darte cuenta. Jugueteo con sus rizos mientras sonrío, buscando un trozo de su piel en el que depositar un beso.

Es igualmente sencillo abandonarse al calor de sus abrazos, a la suavidad de sus palabras. Se agrieta la coraza que cubría mi alma, esa que existe y a la vez no lo hace. Entre las grietas se enreda el tiempo.

Hace un espléndido día de no verano. De medio otoño y largo invierno. La cascada de sentimientos nos cubre de arriba a abajo, arrastrándonos a la orilla del manantial, a la cuna de la que nacen los "te quiero".

Es un disfraz de enamorado que se me pega a la piel y del que cuesta desprenderse. Puedo estar entregada a la más banal actividad y al instante sumergida entre su cuerpo. Supongo que es lo que más me gusta de todo esto. Que no hay un margen que delimite el momento de amar, que no se separan los instantes de sueño de la realidad mundana.

Todo se mezcla, todo confluye. Especialmente nuestras ilusiones, extrañamente similares, piezas de un rompecabezas que creí perdidas para siempre. Pero ahora forman un todo, un camino que recorremos de la mano. Una carrera contra el tiempo acelerado que nos roba las horas.

Me siento feliz. Pego corazones cursis en las paredes, mientras se me escurren las gafas que tiñen el mundo de rosa. Hago muecas y se las dedico. Me regala un abrazo.  Y entonces me apropio de su mundo y de todo su ser, como dictan las leyes de mi universo.

Todo esto lo sé yo. Y lo sabe él. Pero nunca podrá saberlo el que contemple la escena desde la distancia.  Del mismo modo que no entenderá qué se nos ha perdido en el Ártico mientras resuenan perlas de sabiduría aleatoria. Recuerda... la Tierra es un planeta. Y yo te quiero más, mejor y con un nivel más alto.