martes, 24 de noviembre de 2015

Las amapolas no suelen atracar a la gente

¡He vuelto!
En una nueva versión, Mello 3.77.1, que cuenta con añadidos muy interesantes (como nórdico abrigadísimo y bombones lindor).
Por lo demás, la vida sigue como siempre. En mi última entrada hablaba sobre lo adicta que me había vuelto a mi melón. A día de hoy sigo siendo igual de adicta, pero como ya no hace calor del averno podemos achucharnos por las noches, así que la valoración global de nuestra relación ya alcanza el nivel de sepia interestelar con lacitos.

Pero hoy no voy a hablar de mi merluzo. Porque resultaría todo demasiado empalagoso. Hablaré...hmmmm... de cañas de pescar. Y de calcetines. Quizá también de licuadoras. O no. Quizá acabe hablando de cosas mucho más interesantes, como los caracoles británicos.

Hablando de caracoles, el más celebre de ellos es Romualdo II. Vivió allá por el siglo VII y nos dejó sabios consejos para alcanzar la felicidad:

-No te amputes miembros para combatir el aburrimiento.
-Duerme mucho, trabaja poco y gana la lotería.
-Todo mejora con chocolate y dulces. Siempre que no estén envenenados.
-No te cases con un taburete astillado. Nunca cumplen nada de lo que prometen, aléjate de ellos.
-Vive cada día como si te estuviese persiguiendo un elefante pigmeo albino.

Y es que no se puede ser infeliz siguiendo estas pautas. Bueno, igual sí, pero hay que esforzarse mucho. Y el esfuerzo es peligroso. Mirad a vuestro alrededor y sed conscientes de ello. La gente se esfuerza por conseguir cosas. Y al final se mueren. Los que no se esfuerzan también se mueren, pero con menos cansancio.

Así que disfrutad de estos días de frío, de mantas, de chocolate caliente. Sin mosquitos, sin deshidrataciones, sin quemaduras solares. El frío es bueno. Si te puedes quedar en casa junto a la calefacción, claro. De lo contrario, pues es bueno también, porque no queda bien que se me fastidie el argumento.

Y esto es todo por hoy.

jueves, 27 de agosto de 2015

Tengo miedo

Temor. Pavor. Terror. Horror. Pánico. Cucarachas. Flamenco.
Palabras, todas ellas, sinónimas de miedo. En diferentes grados, desde ese ligero cosquilleo en la nuca a la encarnación de "El grito" de Munch. En noruego se llama Skrik, que no se diga que este blog no culturiza.

Todos sentimos miedo. Los hay universales, como el miedo a que te toque la lotería y acabes arruinado en una cuneta tras gastarte toda la pasta en prostitución, juegos de azar y ensaimadas. O el miedo a que tu fama aumente de manera desorbitada y no consigas distinguir si la gente te adora por lo que eres o por tu maravillosa y envidiable vida de persona guay.
También están los miedos secundarios, esos más discretos como el miedo a la muerte, al sufrimiento, a la soledad, a la política, etc.

Pero hay una tercera clase de miedos. Los miedos insospechados, los que despiertan un buen día en el fondo de tu ser y te hacen plantearte cosas. Cosas de todo tipo, de esas que darían para trescientas veinte entradas en este blog. Cosas. Ah, cosas. Cosas.
Y acabo de descubrir que soy presa de este tipo de terror que ataca a traición. El miedo a convertirte en una persona completamente diferente a la que siempre has sido. El miedo a traicionar a tu naturaleza más profunda. A que te empiecen a gustar los niños o la informática. O como en mi caso... a volverte adicta a un merluzo, que viene a ser algo igual de horroroso.

Yo soy tierna. Y romántica. Y hasta puedo ser ñoña. A mi melón le dejo mensajes sorpresa cada dos por tres, de contenido edulcorado. Desde un "Te quiero" a un "Es La Española una aceituna como ningunaaaaaaa". Así soy yo. Pero ahora, con la inminente visita a esos seres conocidos como familia (padre, madre, hermano, perro gordo y cama primigenia) ha aflorado el terror. Porque me he vuelto pegajosa y dependiente. Porque pese a que tengo ganas de ver a los míos, me doy cuenta de que mi merluzo es ahora más mío que ninguna otra cosa. Y que dejarlo aquí hace que se me empañen los ojos mientras nos abrazamos fuerte y nos hacemos promesas dramáticas.
"Te escribiré todos los días". "Te seré fiel". "No me fugaré a La Patagonia". "No traficaré con ostras caducadas".
Es duro, muy duro. Año y medio de relación a distancia, sobreviviendo a vernos en contadas ocasiones... y todo para qué. Para que seis meses de convivencia basten para que me convierta en un ser que suspira corazones y florecillas rosas. Para que sienta pena al separarme diez miserables días. Para condenarme al sufrimiento eterno de la ignominia.

Esto, amebas mías, es el miedo. En su estado más salvaje y crudo.
Rogad por la salvación de mi alma. Y por el fin de la deforestación y el tráfico de influencias.

martes, 14 de julio de 2015

Por qué escribo

No puedo vivir sin escribir. Es un hecho. Bueno, no lo es, porque podría vivir sin escribir sin problemas. Pero entonces me quedo sin recursos dramáticos para el inicio de la entrada.
Algunos pueden pensar que el hecho de que escriba es algo natural. Estudié periodismo y esas cosas. Pero realmente el estudiar periodismo fue la salida lógica para alguien a quien se le daba bien escribir y no tenía ninguna preferencia concreta sobre qué hacer con su vida. De hecho, no me gusta el periodismo. Nunca me molesté en aprender a escribir correctamente, ni para los medios ni para mí misma. Me dan igual las estructuras, los objetivos, el estilo... paso de todo. La verdad es que debería haber estudiado otra cosa, pero soy de esas personas que gustan de conocimientos con poca utilidad para el mercado laboral. El hecho de que me gustasen las ciencias pero fuese negada para las matemáticas tampoco ayudó para decantarme por algo más interesante que las humanidades. Así que aquí estoy, periodista titulada que hace caso omiso de lo que pone en ese papelote de la universidad. Y pese a ello sigo escribiendo, con mi abuso de comas, con mis dedos tecleando más despacio que las palabras que vomita mi mente. Con mi desorden, mi caos, mi tormenta desatada que plasmo sobre un papel (virtual, en este caso) sin preocuparme de si alguien lo leerá o de si, en caso de hacerlo, encontrará sentido a lo escrito.

Nunca corrijo mis textos (salvo que encuentre un fallo que cambie el sentido de lo que pretendía decir). Porque entonces dejaría de ser yo, aquella que escribe todo lo que se le pasa por la cabeza sin más orden que el que dicta mi cerebro según voy pulsando teclas. Y porque soy vaga, claro. Por eso nunca podría ser una buena escritora aunque me lo propusiese. No sirvo para poner las cosas bonitas, para pulir los párrafos o para transmitir con estilo las ideas que guarda mi mente.

Así pues, no escribo para crear algo bonito. Ni para transmitir ideas. Ni siquiera para contar historias. Alguna vez lo haré, con mi estilo poco formal y con abundancia de lo absurdo. Pero hasta ahora únicamente he escrito porque mi cuerpo lo pide. A veces tengo la necesidad de escribir. No sé sobre qué, no tengo nada concreto en mente. Pero necesito abrir el blog y poner algo. Cualquier tontada. Es como si necesitara rebajar la presión contenida dentro de mí y las palabras me sirvieran perfectamente para ese fin.
A veces escribo porque me siento tan llena de vida que tengo que buscar el modo de calmar el remolino de pensamientos que me invade. A veces me siento inmensamente feliz y mis dedos buscan las teclas en un extraño intento de conservar esos momentos en forma de escritos improvisados.
También ocurre lo contrario, a ratos vivir se convierte en algo complicado y escribir me ayuda a deshacerme de esa sensación de forma rápida y eficaz.
No sabría decir por qué la tristeza o la felicidad me conducen inevitablemente a la escritura. Supongo que no es raro cuando se tiene el tipo de problemas que tengo yo. Mi vida es feliz en el 90% de las ocasiones. Otro 5% podría decirse que es puro éxtasis donde el mero hecho de respirar produce deleite. Y el 5% restante es cuando todo se vuelve gris. Con suerte, esa atmósfera plomiza se limita a comportarse como un invitado inesperado que trastoca todos los planes que tenías ese día. Y escribir es entonces el modo de darle la espalda a ese invitado con el que nadie contaba.

Así que escribir es la forma de regular mis emociones. Tanto las buenas como las malas. Ciertamente, a veces escribo por el mero placer de hacerlo, porque me apetece probar y ver qué sale de mi mente en un momento dado. Pero la mayoría de las veces es mi forma de aislarme de la realidad un rato, bucear en lo más profundo de mi mente y poner un poco de orden en los pensamientos que se han ido acumulando con el transcurrir del tiempo.

Escribo poco, es cierto. Normalmente porque mi vida transcurre de forma apacible, una felicidad calmada que me convierte en la persona más afortunada del mundo. Solo cuando el equilibrio se rompe, sea porque la euforia en mi vida o porque la mañana amanece más gris que de costumbre, es cuando recurro al blog. Al menos de forma natural. Otras veces escribo porque no me gusta perder la costumbre, por informar a la gente de cómo va todo o, como dije antes, porque me apetece ver qué le da a mi cabeza por crear de la nada. Pero ninguno de esos textos nace fruto de la necesidad, son prescindibles.

Así que a veces escribo porque quiero. Otras porque algo dentro de mí lo pide a gritos. Y no es que me pida que ponga en orden mis ideas ni que me reconforte poder leer sobre un problema determinado con la calma que aporta escribir y reflexionar sobre ello. Ojalá. Pero mis problemas no funcionan así, cuando mi ánimo cambia es por motivos que escapan a mi control, por ese cerebro mío que está en tratamiento desde aquel verano de 2008 (pero que había estado luchando por funcionar con normalidad durante toda mi vida). Supongo que ante la frustración de que mi ánimo cambie sin motivo la escritura es la mejor herramienta de la que dispongo. Ante sensaciones que nace de la nada, lo mejor son textos que se originan en el mismo lugar. Escribir sin pensar, pues no hay nada que tratar de entender cuando el ánimo juega una mala pasada. Escribir sin ideas claras, pues la mente no se somete a control alguno cuando la felicidad irradia del corazón acelerado. Me sienta triste o alegre, el resultado es el mismo. Un texto improvisado que bebe de las sensaciones del momento.

Se puede decir que escribo por el mismo motivo por el que siento. Porque así es mi vida, así es mi mundo. Siento, expreso y vivo.

lunes, 13 de julio de 2015

Sombra latente

El sol estaba alto. Muy alto. Todo era luz y calor. Era una de esas tardes en las que uno querría quedarse dormitando a la sombra junto a una fuente de agua bien fresca. Pero él no podía permitirse ese lujo.

Sus ojos repasaban las edades del mundo. La pereza zumbaba a su alrededor con monotonía. Y su alma se preguntaba por qué alguien le dio nombre para luego desterrarlo al olvido. Siempre hablaba de almas, aunque sabía que era algo que jamás llegaría a tener. Pero acaso importan las formas de referirse a su ser, a lo más profundo del pensamiento que se enmarañaba en el recorrido entre su cabeza y sus entrañas.

Sombra a retales, parches de hielo entre la luz. Acariciaba desordenadamente hasta el último recoveco, arañando las paredes cuando el sol apretaba un poco más. Crujía como el pasto seco, acompañando al chirriar agudo de la tiza sobre la pizarra. Pegajosa como el surco de sus miedos, como el sudor de la presa que se oculta cuando ya no puedo correr más. Casi humana, como él.

No es día de caza, se recordó en silencio. Aún no dejaban alzar la vista más allá de los prados, hacia la colina en la que empezó todo.
Al menos le dejaban sonreír.

viernes, 22 de mayo de 2015

La frambuesa no ha hecho nada por mí

El título no podría ser más cierto. No hay nada positivo en mi vida que deba agradecer a las frambuesas. Tampoco nada negativo por lo que culparlas, la verdad sea dicha.

Esta información tan relevante da para horas y horas de reflexión, pero ahora no me apetece en absoluto reflexionar. Lo que me apetece es tener millones de euros. En su defecto, algunos miles. O una alpaca. Mil alpacas no, porque sería excesivo.

No sé cómo hemos llegado a mayo. Ni mucho menos cómo mayo se está acabando ya. Esta ciudad hace que el tiempo pase muy rápido. Hay mucho que hacer, mucho que ver. Y encima tengo a un merluzo al que ya dediqué una edulcorada entrada el mes pasado. Si es que solo me faltan los millones de euros, en serio. Con eso mi vida sería completa. Bueno, no, pero lo tendría mucho más fácil. Completa solo será cuando domine un territorio molón del universo. Es decir, nunca. Porque la vagancia me puede. Y el espacio está lleno de cosas raras y es muy negro y muy carente de atmósfera con olor a canela.

Hoy quiero hablar de Justiniano. Ese pobre hombre del siglo XVI que sufrió el ataque de la mariposa turca. O igual fue un trozo de corcho infame lo que decidió atacar a Justiniano. Nunca lo sabremos, porque acabo de decir que no quiero hablar de ello. No mientras aún estén recientes aquellos hechos macabros de la explanada de Padroseco (región sur).

En realidad no quiero hablar de nada. Así que os dejo con una serie de asteriscos distribuidos aleatoriamente:


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                                       **



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Precioso. Una obra de arte. Digno de los mejores museos del mundo. Cuenta con la bendición de un caimán cojo, con eso lo digo todo.

domingo, 26 de abril de 2015

Tengo el mejor novio del mundo (entrada edulcorada)

Tengo el mejor novio del mundo. Normal que piense eso, es MI novio. Y lo lógico es que cualquier persona emparejada lo piense (de su novio, no del mío XD). Si no es así, no sé qué hace la gente perdiendo el tiempo.
Eh, el mejor novio del mundo no implica el novio perfecto. Porque la perfección no existe y yo soy lo más cercano a ella que podemos encontrar (y a la modestia, por supuesto). Pero no hace falta ser perfecto para ser el mejor. Mi novio se limita a ser lo que yo busco en una pareja, lo que quiero en la persona con la que comparto mi día a día. Y por eso es el mejor.

La verdad es que es complicado decir esto cuando las parejas que he tenido anteriormente también eran estupendas. Especialmente mi último ex, con quien tengo una sólida amistad. Pero está claro que si son ex es por algo. Por bonito que fuese todo durante un tiempo, llegó el final y con él se acabaron los novios, perfectos o imperfectos. Hay gente que se queda enganchada a relaciones pasadas. Adictos a lo bueno pasado que no pueden aceptar el lado negativo que tanto pesó en la fallida relación. No es mi caso. Puedo decir que cerré completamente las puertas de mis anteriores relaciones. Las disfruté mucho mientras duraron, guardo recuerdos preciosos. Pero son cosas que ya no existen y que no echo en falta.

Lo maravilloso de cerrar completamente los ciclos es que no añoras nada, no haces comparaciones. Tu nueva relación es superior en todos los aspectos a las anteriores. En primer lugar, porque las anteriores acabaron y ya no existen (lo cual es un buen motivo, las cosas como son). Pero también porque cuando dejas a alguien es porque te has dado cuenta de que quieres algo que no tienes. Y en la nueva relación al fin disfrutas de ello. Porque yo no soy masoca, no me embarco en una nueva relación si no me llena más que las que he tenido previamente, si no me aportan aquello que me faltaba.

En esta ocasión he tenido mucha suerte. El que ahora es mi novio fue tiempo ha una de esas personas que descubres que conectan contigo de una manera fascinante. Apareció como amigo en un momento en el que no me planteaba que fuese otra cosa, pero era innegable el atractivo que tenía para mí. Y aunque desapareció de mi vida y quedó olvidado (todo lo olvidada que puede quedar una persona, yo siempre recuerdo a los que compartieron camino conmigo) reapareció años después. Otra persona diferente, pues el tiempo había pasado y no éramos los mismos. Pero con aquella esencia que lo hacía único realmente intacta. Y no solo eso. Desaparecidos ya los aspectos que en el pasado nos mantuvieron alejados (su cutrez, está claro XD).

El caso es que todo salió bien y llegó el momento en que nos tocaba vivir juntos y ver qué tal encajábamos. No parecía haber mucho problema. Vivir conmigo es muy sencillo, para qué os voy a mentir. Mientras se me deje dormir todo va bien. Lo que no sabía es que convivir con él iba a ser tan extremadamente fácil. Mi cara al respecto es algo así: *___*

Y es que mi merluzo es adorable. Me encanta pasarme horas entre sus brazos, charlando de cualquier cosa, haciendo el tonto, mimándonos. A veces luchando, claro está. Así soy yo, no se puede tener una relación sana sin demostrar mi supremacía en técnicas marciales de posición horizontal y ojos cerrados. En ocasiones le cuento la leyenda de Colliedra (que la pija conocerá, si tiene algo de memoria). En otras le hablo de aquella vez en el 47 en Cartagena. O de cuando la carpa me atacó y tuve que invocar el espíritu del espárrago elitista.

A veces paseamos. Y yo digo "Mira perroooooo" cada vez que me cruzo con uno, entrando en una competición constante de ver quién localiza primero los animales más adorables. También hay viejos, pero esos no los localizamos, esos simplemente salen de todas partes. Una invasión. Pero está bien, porque a veces los viejos llevan perros. No está tan bien cuando estamos haciendo la compra y se agolpan delante de los puestos de muestras de comida. No dejan pasar y un día los embestiré con el carro.

Otras veces sufro episodios de posesión extrema, especialmente cuando paso delante de sitios en los que venden dulces. Convulsiono y tiene que tirar de mí para liberarme de la tentación del mal. Yo grito al mundo que una sociedad en la que uno no es libre de saciar su gula a cada instante está podrida. Pero bueno, a cambio puedo seguir pasando por las puertas sin quedarme atascada en el marco.

Oh, y tomamos té. Esto es así como muy pijo. Por algo nos pegó la costumbre Regargojana. Bueno, ella se la pegó a mi melón y él a mí. Lo vamos transmitiendo, como las enfermedades. Pero con más estilo y tal.
Se supone que hay distintos tipos de té y mi merluzo siempre se queja de que si uno de los que tomo sabe demasiado a vainilla o demasiado a otra cosa que no le convence. Yo alucino porque a mí todo me sabe a té. Soy incapaz de distinguir los matices que se supone que tienen. Algunos saben más fuertes, otros menos. Pero todo sabe a té. A hierba rara. Soy una inculta del té, una bestia ignorante, un ser rústico y sin domesticar. Pero mi difusor de té tiene una puerta Torii en un extremo y eso lo compensa todo.

También exijo besos. A todas horas. Pero eh, también los entrego. Y caricias. Y le digo piropos. Y hasta tengo un radar que hace que me despierte cuando se está poniendo el pijama para poder contemplar la hermosa visión (yo siempre me voy a la cama antes). En ocasiones se supone que debo abusar de él, pero no lo hago porque soy muy inocente y santa. Y porque no tenemos intimidad, pero eso es lo de menos. Lo importante es que soy inocente y no entiendo de estas cosas.

A veces me fastidia. Cuando estoy intentando resolver puzzles estilo Picross en la tablet (nonogramas). Siempre me dice que en una casilla va una equis y es mentira. Quiere que pierda. Quiere hundir mi orgullo. Quiere que me tire por el balcón. No tenemos balcón, pero no importa. Es lo que él quiere.

A estas alturas mucha gente estará pensando que le importa bien poco lo que yo haga o deje de hacer con mi merluzo. Pero me da igual. Porque otras personas me preguntan qué tal nos va y sé que se alegrarán al leer esto. Porque estoy feliz, contenta y levemente esterilla. Y eso siempre es bueno y la gente debería celebrarlo.

Así que nada, todo genial por aquí. En próximas entradas volverán las espigas psicópatas y los cereales con problemas de alcoholismo. 


domingo, 12 de abril de 2015

Sepia anquilosada con turbante

El tiempo está loco. Frío y calor se van turnando para acompañarme en mis paseos diarios. Aunque ahora la pierna derecha se me ha puesto en huelga. La oreja izquierda también. No por nada en especial, simplemente quedaba bien escribir algo así.

Me he dado cuenta de que apenas actualizo un par de veces al mes. Echad la culpa a mi novio, al japonés, al aumento del precio de las alfombras persas y al chocolate volador septentrional. Pero especialmente a mi novio. Es adorable. Informático, pero adorable. Y melenudo. Y tiene unos Miracle Gloves, que lo estoy viendo en la pantalla de su PC. Yo también quiero. Ju.

En cualquier caso, hoy vengo a hablaros de algo interesante. La migración de las migas de pan. Es la época, lo noto. Se puede ver que tras cada comida hay un par de migas esquivas que intentan escapar por la ventana y unirse a sus compañeras. Se dice que en Asturias se han visto grupos de más de setecientos ejemplares. Y eso solo de migas clásicas, las de pan integral se cuentan en otro grupo aparte que tiene unos patrones migratorios diferentes (un par de meses después).
Como persona experta en migas y en terraplenes, tengo que avisaros de que el cambio climático está afectando a estas migraciones y algunas de las migas están claramente confusas. He visto a una que se creía pantalón de pana y se negaba a unirse a la migración de sus compañeras, con eso lo digo todo. Pantalón de pana. En esta época. De locos.

¿Y qué podemos hacer nosotros para ayudar a las migas a realizar su trayectoria anual sin problemas? Pues he aquí un par de consejos que me han dado los expertos en la materia, Pancracio Templos y Salvador Piecorto.

-Colocar flores pochas en los rincones de la cocina los martes de madrugada.

-No tocar la ocarina mientras se pisotean hormigas gigantes.

-Usar sandalias en las ceremonias de graduación de vuestras mascotas.

Con estos pequeños gestos podemos facilitar su labor a las pequeñas y tímidas migas de pan.

Y ahora que os he informado y sois un poco más cultos, toca mutar en radiografía de perejil.

martes, 31 de marzo de 2015

Madrid tiene calles

Mello en Madrid no es tan emocionante como Mello en Japón, lo sé. Pero eso no es impedimento para que recoja por aquí lo que voy haciendo en la ciudad. Así cualquiera pueda enterarse de si he atacado a alguien o me he enfrentado con carpas gigantes.

Este fin de semana me he dedicado a dar vueltas aleatorias y a recoger huevos. Cortesía esto último de Regargojana.

Todo empezó el sábado, día en que decidimos ir a ver unos puestos de una plaza perdida. Nos sirvió para disfrutar de un 2x1 en galletas artesanales. Ñam.

El caso es que por la zona vi este bonito edificio.

Tiene una cara. Eso es un plus.

A mí me gustan los edificios modernistas, así que me acerqué a hacer alguna foto más.

Foto aleatoria del edificio en cuestión.

Quería ver si pertenecía a alguien, para reclamarlo y esas cosas. Pero el letrero estaba oxidado, borroso y me obligaba a acercarme mucho para verlo. Lo hice, con toda mi inocencia. Y entonces me enteré de la dramática verdad. Era la sede de la SGAE. Fue duro. Eso sí, sigo pensando en reclamarlo, eso que no se dude.

Para superar el disgusto estuve viendo tiendecitas de la zona.

Tienda de pianos que tenía miles de cajas de música.
Todo se movía, tenía música y robaba el alma.
Pastelería con chocolate y cosas adorables.

Pasaron las horas, así sin darnos cuenta. Y yo llevaba en la mano para entonces un difusor de té y un libro de gramática. En qué me está convirtiendo esta ciudad, yo antes no era así.

La noche vino a visitarnos y nosotros hicimos lo propio con una antigua galería comercial que ahora servía de museo improvisado, muy moderno, muy abstracto, muy profundo. Y gratis, que era lo principal. Nada destacable si no te gustan esas moderneces. O igual sí, no sé. A mí no me van esas cosas.

Y llegó el domingo, día en que Regargojana pasaba unas horas en Madrid. Con ella llegaron los famosos huevos de chocolate que mi merluzo se ganó con su ayuda como corrector de textos en inglés sobre trepanaciones.

El plan del día era visitar el MUSEO ARQUEOLÓGICO. En mayúsculas, porque me apetece. Y porque así lo debe ver Regargojana en su mente, fascinada como estaba con todo lo que allí encontró.

Si ella escribiese esta entrada, seguro que os podría contar cosas serias sobre el tema. Pero ella está muy ocupada estudiando cosas de momias, así que yo os dejo con lo que de verdad interesa de estos lugares.

¡La bicha!
Esta es "La bicha de no sé qué sitio", en palabras de Regargojana. Nos gustó mucho más que su nombre original (Bicha de Balazote). Tiene cara de señor barbudo muy digno y es del siglo VI a.C.

¡Los ascos!
A diferencia de la bicha, conocida de Regargojana desde hace mucho tiempo, esto de los ascos era nuevo para nosotros. Hemos encargado veinte.

Dame de Elche, muy señorial. Muy digna. Muy de Elche.

Regargojana, además de cambiarle el nombre a Dama de Leche (maravillas del autocorrector) nos contó la historia de otra Dama, la de Baza, descubierta por su vecino. Porque ella tiene vecinos que descubren cosas, se hacen famosos y demás. Yo solo tengo vecinos que discuten a gritos o ponen música latina a volumen infernal.

Mosaicos y gente que no se aparta.

Esta foto la pongo para que se vea lo bonito que era todo. Pero lo verdaderamente importante es este otro mosaico de un pulpo bailongo, claro está.

Tiene pinta de ser simpático, no se puede negar.

Esto que voy a decir ahora no tiene nada que ver con la crónica del fin de semana en Madrid. Pero mientras escribo esto, estoy mirando de reojo a mi merluzo con verdadera fascinación.  Tiene abiertas varias ventanas en el PC. En una de ellas está jugando. En otra está viendo un vídeo. De fondo el administrador de archivos y cosas del CV. Ya me avisó de que era multitarea, pero hasta ahora no lo había comprobado personalmente. En fin, sigamos.

Señor bizco.

Si mal no recuerdo, era algo así como "Genio de la agricultura". Podría maximizar la imagen y comprobarlo, pero entonces estaría traicionando mis principios de escribir las cosas tal como me vienen a la cabeza.
En un principio Regargojana dudó sobre si se trataba de un señor o una señora. Yo creo que he visto demasiado ambiguos a lo largo de mi vida como para plantearme este tipo de cuestiones.

Sirva Gackt como ejemplo.

Y se nos hizo tarde, drama absoluto. Porque sucedió cuando estábamos en la sección favorita de Regargojana. Chan, chan... ¡Las momias!
Así que nos echaron y nos dijimos que había que regresar. Es una de esas promesas que es fácil cumplir. Lo hicimos con la de irnos juntas a Japón, no va a ser diferente en esta ocasión.

Y como despedida, dragón y león feliz. Y señor de bombín raruno.


jueves, 19 de marzo de 2015

Pseudocríticas: El gatopardo

Lampedusa murió antes de la publicación del libro, así que nunca sabremos sus verdaderas intenciones. Pero yo me las inventaré, como viene siendo habitual en mi maravillosa persona. Y siguiendo con las buenas costumbres, aquí va la advertencia de siempre: voy a destripar cosas del argumento.

El protagonista de la novela es el príncipe Fabrizio, el cual está enamorado de su sobrino Tancredi, aunque no lo admita. Sí, está casado y encima se va por ahí de ruta turística entre prostíbulos. Pero yo sé la verdad. Y lo sabe cualquiera que se haya leído el libro. Que por cierto, es uno de los libros favoritos de Regargojana. No podía ser de otra manera, puesto que es uno de esos libros en los que no pasa nada (y que ella adora, por algún motivo).

Fabrizio es padre de familia, miembro de la antigua aristocracia y ser humano con extremidades. La aristocracia ve peligrar su posición con el cambio político. Fabrizio sabe que eso es terrible, que su majestuoso linaje saldrá perdiendo y que la burguesía cutre acabará ocupando su lugar. Pero es lo que hay y algunos saben sacarle provecho, como Tancredi. En un principio, Tancredi iba a casarse con una de las hijas de Fabrizio (para estar más cerca de él, claro) pero al final se casa con otra que está más buena (puestos a tener tapaderas, mejor que luzcan) y que lo unirá con la nueva clase emergente y con unos tapires que pasaban por allí.

Y poco más pasa en la novela. El príncipe se lamenta mucho, el príncipe es clasista, el príncipe ama a Tancredi. El príncipe muere (junto a Tancredi, claro) y sus tres hijas se quedan para vestir santos, literalmente.
También acaba muriendo Tancredi. Y el resto de la gente, es lo que tiene que no haya seres inmortales en esta historia.

Así que nada, mucha crítica política, mucho calor veraniego y mucho aparentar. Fin.

Puntuación: Un perro apolillado y 30 reliquias falsas.
Pros: Aunque no pasa nada, es entretenido. Seguro que da para fanart yaoi.
Contras: Fabrizio sufre mucho y entra en modo emo durante varias partes del libro. No pasa nada emocionante. Hace calor.


lunes, 23 de febrero de 2015

El olivo itinerante (Y pseudocríticas)

Los olivos llevan en este mundo más tiempo que la Wii. Eso es indiscutible. Como es indiscutible que las bacterias sienten predilección por la literatura clásica. Eso me recuerda que he acabado algunos libros y es buen momento para hacer unas pseudocríticas. Me dispongo a añadirlo al título.

Pero antes de las pseudocríticas, reflexionemos sobre algo importante. Y no es el centeno ni el baile de apareamiento del abejaruco. Que digo yo que tendrá un baile, de lo contrario me sentiré muy decepcionada.
Por cierto, ayer descubrí que el avión común (el pájaro) tiene las patas emplumadas. Muy adorable.
A lo que iba. Algo importante. Yo. Pero no me apetece reflexionar sobre mí. Así que reflexionemos sobre mi merluzo. Es informático. Es mío. Es abusable y achuchable. Skyrunner me lo quiere quitar. Regargojana llora (ella es muy de emocionarse con estos dramas).
Total, que ahora que hemos reflexionado, pasamos a las pseudocríticas. En esta ocasión, la saga de "Harry Potter" y "El fantasma de la ópera".


Saga Harry Potter (incluye destripamientos de la trama)

Nunca me había dado por interesarme por estos libros, en su día eché un vistazo al primero y no me llamó la atención. Pero como quería mejorar mi inglés, pues decidí empezar a leer algo sencillo y me hice con la saga. Y la verdad es que se va volviendo interesante según avanza la trama. Es divertido, estimula la imaginación de los críos y hasta muere gente. Eso siempre es un plus.

La historia empieza como en un RPG cualquiera. Un protagonista huérfano. Y es el elegido. Solo que en este caso no vive en un pueblo donde todo el mundo lo conoce y donde entra en las casas sin llamar, sino que es un niño que vive con unos familiares inaguantables. Como la historia así sería muy aburrida, pronto empieza lo bueno. El chico descubre que es un mago y que puede cambiar las aburridas clases de la gente corriente por un colegio de magia con todo tipo de cosas molonas y sobrenaturales.

Allí hace amigos y enemigos. En realidad la mitad de la historia no hubiese tenido lugar si Harry hubiese aceptado la mano que le tendía Draco. Esto es así.

El caso es que Harry sobrevivió al ataque de un terrible mago, enemigo del mundo entero. Tom. Como es un nombre que no impresiona para nada, pues decide cambiarlo a Voldemort, que es mucho más imponente. A medida que avanzan los libros la presencia de Voldemort va siendo más y más importante, con sospechas de que ha vuelto a la vida (o a algo parecido) y con expediciones en las que se demuestra que tres críos saben investigar y luchar mejor que magos experimentados.

Total, que Harry va creciendo (y el resto de la gente también, que si no sería muy raro). Se hace jugador de un deporte raruno y se dedica a investigar el misterio en torno a la muerte de sus padres, de su milagrosa salvación y del paradero de Voldemort. Se suceden muchas situaciones en las que todo el mundo le dice que no haga cosas y él se dedica a llevar la contraria y hacerlas todas.

Aparecen los primeros amores, los primeros conflictos entre amistades y las primeras drogas. Todo el mundo adora a Harry, salvo la gente estúpida. Porque Harry es guay. Por eso la saga tiene su nombre.
La gente empieza una campaña de desprestigio, surgen celos, rivalidades y cosas que explotan. Pero al final ven que Harry siempre tiene razón.

Aparecen muchos personajes secundarios a los que se les coge cariño. De lo contrario daría igual que se muriesen. Porque la autora decidió ser la Martin de los niños y traumatizarlos.

Y bueno, lo dicho. Que todo va de "Voldemort va a volver". "No, no, creo que no vuelve". "Ahora sí que vuelve". Y cuando vuelve (porque estaba claro) pues hay que buscar el modo de acabar con él, que viene a ser una búsqueda de objetos rarunos mezclada con el valor del amor y la amistad.

A todo esto, hay partidarios de Voldemort. Y uno de los personajes de la saga, el profesor Snape, se pasa toda la saga en plan "Ahora soy malo, ahora no". Al final está claro que no iba a serlo, pero no importa, sirve para mostrar fragmentos de su atormentado pasado como pringadillo oficial.

Al final del libro se produce una lucha épica con Harry como figura central. Como era de esperar, ganan los buenos. Muere más gente, se llora un rato junto a sus cadáveres y entonces pasan los años y tenemos un epílogo del futuro. Todos se han casado con quien se suponía que se debían casar, habían tenido hijos y todas esas cosas típicas de las que no se libran ni los magos. Fin.

Puntuación: Snape
Pros: Engancha y entretiene. Hay magia. Muere gente.
Contras: Los dramas adolescentes del trío protagonista son insoportables.


El fantasma de la ópera (también se destripa el argumento)

Yo soy muy inculta y nunca había visto la película ni leído el libro, así que apenas sabía nada de la historia. La cual me ha gustado más de lo que esperaba. Supongo que todo el mundo sabe de qué va. Un atormentado ser que vaga por los sótanos de la Ópera de París y se enamora de una de las cantantes. Ese ser es el fantasma, que durante la primera parte de la historia no se sabe si existe o es una invención, si es humano o u ente sobrenatural.

El fantasma es horrible, deforme y te mueres del susto si lo ves sin su máscara. Así que se oculta y odia a la humanidad por el desprecio que sufre debido a su aspecto. Muy rencoroso. Al final acaba por secuestrar a la cantante, la cual está enamorada de un vizconde muy lechuguino. El fantasma sufre celos, el fantasma mira mal. Y la pobre chiquilla se debate entre la repulsión y la pena.

Pasan cosas, muere gente (todas las obras ganan enteros si muere gente). Hay intriga, hay drama, hay misterio. Hay amor puro, absoluto y estúpido entre el vizconde y la cantante. Tan maravilloso es ese amor que el fantasma al final libera a la chica. Y así el fantasma se presenta de nuevo como ese ser atormentado, cuyo castigo de fealdad absoluta lo convirtió en un monstruo cuando en realidad era un ser humano decente. Sí, había matado a alguna que otra persona y hasta había montado una cámara de torturas. Pero quién no hace eso de cuando en cuando...

Así que el fantasma, tras sentir la compasión de la chica a la que ama, se siente dichoso y la deja marchar. Muere de amor y esas cosas dramáticas de aquellos tiempos. Y la chica y el vizconde se fugan juntos a lloriquear y ser felices.

Puntuación: Una lámpara de araña
Pros: La figura del fantasma. Aunque finalmente se revela humana y todo tiene una buena explicación, no deja de ser interesante. Su lado bueno, su lado malo y su lado de horchata. Todo eso lo convierte en un personaje molón.
Contras: Hay muchos desvanecimientos y lágrimas.

Esto es todo. Ea.

martes, 17 de febrero de 2015

Setecientas batallas y un mandril

SEÑOR CON OJOS: No sé de qué me está hablando

SEÑOR SIN OJOS: Los tulipanes no saben a mazapán.

SEÑOR CON OJOS: Oh, no. La frase maldita. Eso significa que han muerto siete personas mientras tomaban fanta. Terrible.


(APARECE EN ESCENA UNA MOTA DE POLVO)


MOTA DE POLVO: Yo conocí a tu padre...


(SEÑOR CON OJOS ASESINA A MOTA DE POLVO CON UNA POSTAL DE BENIDORM)


SEÑOR SIN OJOS: Ha hecho bien. Nunca hay que dejar que hablen y nublen nuestra mente con mentiras y zapatos de charol.

SEÑOR CON OJOS: Ahora podemos seguir hablando de nuestro pequeño asunto. Los dátiles escarchados de Zaragoza.

SEÑOR SIN OJOS: (BAILA SARDANAS COMO RESPUESTA)

PERSONA QUE ESCRIBE ESTA COSA: Ea, ya me he cansado.

jueves, 22 de enero de 2015

Precipitaciones en el tercio sur

Todos los periódicos se estaban haciendo eco del alarmante aumento de goteras. Al principio nadie había querido darle importancia, pero estaba claro que ya era algo generalizado y había pasado de ser un rumor a ocupar portadas.

Según "La información del sureste", cinco de cada diez hogares presentaba ligeras goteras. Por su parte, "El diario de la cordillera" aumentaba el número hasta siete de cada diez en las zonas más deprimidas.

Pero el dato más alarmante lo había proporcionado "La pseudoinformación", que predecía un aumento de hasta el 30% de las goteras en los próximos seis meses.

A mí todo esto me deja bastante indiferente. No entiendo el motivo de tanto revuelo. Las goteras son molestas, sí, pero poco dramáticas. Con un cubo te las apañas mientras buscas el modo de localizar y reparar las filtraciones.

Más complicado es el asunto de mi diminuto estudio, donde el techo se abre en dos en momentos aleatorios. Si hace sol hasta se agradecen las vistas. Pero cuando está diluviando veo mis pertenencias flotar en la piscina que crea la tromba de agua.
Al principio trataba de achicar agua, claro. Pero pronto descubrí que era inútil. Un pantano había decidido mudarse al edificio vecino y vertía sus aguas directamente sobre el desprotegido tejado. Los fines de semana, que volvía al pueblo a visitar a la familia, un riachuelo serpenteante ocupaba su lugar.

Así que al final uno decide resignarse. Cuando te acostumbras a moverte chapoteando de un lado a otro te das cuenta de que no es tan terrible. Los libros se humedecen, eso es cierto. Y en invierno salir de la cama se vuelve el doble de difícil en esas situaciones. Nadie quiere abandonar el calor para lanzarse al agua helada. Pero se acaba convirtiendo en rutina. Tromba va, tromba viene. A veces pasa tanto tiempo entre una y otra que empiezas a preguntarte si tu techo ha decidido sellar sus compuertas para siempre. Pero eso no sucede jamás, antes o después te saluda nuevamente el diluvio.

Creo que es comprensible que, en esta situación, me importe bien poco lo que dicen los medios. Goteras, dicen. Quejas tontas de gente de secano. Lo de siempre.


sábado, 17 de enero de 2015

El polen y su relación con las patas de un tapir

¡2015!

Ya tocaba ir actualizando. Aunque sea para que Skyrunner no se queje.

Como indica el título, voy a hablar de la relación entre el polen y las patas de un tapir. No de los tapires en general, no. De uno solo. Severiano. Tapir adulto, adicto al estropajo y defensor de los derechos de las pulgas a constituirse en comité.

Severiano no tiene patas. Ni polen. Así que se trata de una relación de pacífica coexistencia en la no existencia en la entrada de este blog. Aunque se podría decir que, al mismo tiempo, el haber hecho referencia a ambos elementos (tanto en el título como en el cuerpo de esta entrada) los convierte en algo tangible y existente. Con lo cual siguen estando relacionados, aunque sea únicamente por haber sido creados expresamente para la elaboración de este texto.

La verdad es que importa poco. No es primavera aún. No nos tenemos que preocupar por el polen. Tampoco es que yo me preocupe en primavera, la verdad sea dicha. Mi cuerpo es capaz de almacenar enfermedades, trastornos y males diversos. Pero la alergia al polen no es uno de ellos.

Como decía, aún falta para que llegue la primavera. Aunque no tanto como se podría pensar. Más de un día pero menos de setecientos. Es todo lo que puedo aventurar sin mirar el calendario.
Así que ahora tenemos frío invernal. Con cotas de nieve sobre los no se cuántos metros. Y heladas en zonas del Cantábrico. Y una aceituna tiesa en una isla perdida del mar de Java.

En estos meses no ha pasado nada destacable. Regresé del viaje. Muté en naftalina. Después en barómetro reaccionario. Como las presiones no son lo mío, regresé a mi ser original y ahora paso los días envuelta en mantas. Mi salud se puso en huelga y casi llegamos a los tribunales, pero no lo puse en conocimiento de nadie. Y ahora ya no hay que preocuparse, he ganado y tiene que recompensarme con una tarta de queso y una recreación en barro cocido de la batalla de las Termópilas. Aunque de eso ya han hecho hasta pelis. Bueno, pelis hacen de todo. Menos de Tapires polinizados. Un drama.

Así que nada, he vuelto. Para quedarme.