lunes, 13 de julio de 2015

Sombra latente

El sol estaba alto. Muy alto. Todo era luz y calor. Era una de esas tardes en las que uno querría quedarse dormitando a la sombra junto a una fuente de agua bien fresca. Pero él no podía permitirse ese lujo.

Sus ojos repasaban las edades del mundo. La pereza zumbaba a su alrededor con monotonía. Y su alma se preguntaba por qué alguien le dio nombre para luego desterrarlo al olvido. Siempre hablaba de almas, aunque sabía que era algo que jamás llegaría a tener. Pero acaso importan las formas de referirse a su ser, a lo más profundo del pensamiento que se enmarañaba en el recorrido entre su cabeza y sus entrañas.

Sombra a retales, parches de hielo entre la luz. Acariciaba desordenadamente hasta el último recoveco, arañando las paredes cuando el sol apretaba un poco más. Crujía como el pasto seco, acompañando al chirriar agudo de la tiza sobre la pizarra. Pegajosa como el surco de sus miedos, como el sudor de la presa que se oculta cuando ya no puedo correr más. Casi humana, como él.

No es día de caza, se recordó en silencio. Aún no dejaban alzar la vista más allá de los prados, hacia la colina en la que empezó todo.
Al menos le dejaban sonreír.

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