lunes, 30 de septiembre de 2013

El pasado

Al ser humano le gusta sumergirse en épocas ya vividas. Recordar lo que fue y lo que nunca será, lo que pudo haber sucedido y ahora es imposible. Sí, también se puede recordar el hermoso conjunto de agradables vivencias. Pero a la gente le gusta torturarse y evocar lo que dejaron atrás, con ese toque que tan pronto se muestra como nostalgia como se viste de obsesión.

De mí qué voy a decir. Cualquiera sabe que disfruto del presente y pienso que cada nuevo año me va a deparar cosas aún mejores que el anterior.
Pero a veces, yo también buceo entre los recuerdos.

Parecen lejanos los tiempos inocentes en los que pasaba las tardes entre apuntes sobre comuncación y silabarios japoneses. Bueno, pasaba las tardes de mayo-junio, porque hasta entonces había que disfrutar.
Luego vino la crisis, la universal y la personal. Lástima que salir de la primera sea más complicado que de la segunda. Que tampoco es que esto último fuera sencillo, pero al menos dependía única y exclusivamente de mí.

Pero bah, esas cosas son como pinceladas de lo que viví, que formaron parte del camino a recorrer. Poco más. Son más profundos los recuerdos que dejan en nosotros las personas que nos rodean. La interacción social, algo sencillo que algunos se empeñan en convertir en todo un desafío.

Me acordaba esta mañana de ese pasado social reciente. Reciente y lejano a un mismo tiempo, porque el pasado de este mismo año puede resultarme más ajeno que el que lleva siglos enterrado.
Repasaba las caras de las personas que irrumpieron en mi vida sin previo aviso. Los sueños que me confiaron, los miedos que trataron de ocultar. Los demonios con los que lidian cada noche, envueltos entre las sábanas.

Importantes fueron aquellos que quisieron compartir su vida conmigo, de un modo u otro. Fracaso absoluto y estrepitoso, todo sea dicho. Quizás es complicado mantener un equilibrio entre tener una mente diferente y conservar la cordura. Por eso he visto caer a la gente a mi paso, incapaz de afrontar el desafío, temerosos de no ser capaces de recorrer el camino junto a mí.

No llegamos a crear decepciones amargas, porque siempre hubo una barrera que no logró penetrar la ilusión de la novedad. Es posible que todo se debiese a aquella espina clavada, oculta en la sombra, olvidada.
Era, sin lugar a dudas, el más controvertido y profundo de los recuerdos. Desenterrado en el momento oportuno, degustado lentamente, sin prisas. Hasta que un día te percatas de que el recuerdo no solo es ya tu presente, sino también tu futuro.

Reconozco que es complicado. Pero sencillo al mismo tiempo. Sí, sé que parece imposible, pero así es como vivo las cosas. Complicado porque el sendero era abrupto y poco amigable. Y sencillo porque, pese a ello, he caminado entre los obstáculos sin problema alguno, con total naturalidad. Hoy estás junto a un muro y mañana te percatas de que lo has rodeado sin darte cuenta.

De todo esto soy consciente al repasar mi vida, breve y eterna, salpicada de bifurcaciones y puntos clave. Pero, la verdad sea dicha, no encuentro especial satisfacción en todo esto. Contemplar es algo estático que no está hecho para mí. Vivir se ajusta de un modo más acertado a mis propósitos.

Aún no sé qué me depara el futuro. Si algo he aprendido, es que la vida da muchas vueltas y nunca sabes qué se esconde tras la puerta que tienes frente a ti. Hay gente que no abre la puerta y mira hacia atrás. Yo soy todo lo contrario a esas personas, abro toda puerta que encuentro, olvidando pronto el camino que me condujo hasta ellas.

Pero aquí estoy. Acostumbrándome a las nuevas ilusiones, a los nuevos sueños. Me siento muy bien, aunque como ocurre cada vez que abro una nueva puerta, necesito un periodo de adaptación, un tiempo para habituarme al nuevo paisaje y sentirlo como mío.

Así que este es el presente que disfruto ahora. Un presente al que el pasado le es ajeno y el futuro no es algo a lo que pueda acceder aún.
Poco a poco, voy asimilando las nuevas formas, sonidos, aromas. No tengo ni idea de qué sentiré cuando las colinas que se extienden ante mí me sean tan familiares como aquellas por las que paseaba tiempo atrás. Pero imagino que, como siempre, estaré condenada a ser feliz. A disfrutar mientras compruebo que, una vez más, poco tiene que ofrecer el pasado.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Soy maravillosa y pienso presumir de ello

Realmente, no sé si es algo de lo que se pueda presumir. Quiero decir, la gente que presume lo hace de cosas que se supone que la diferencia de los demás. Uno no presume de algo que está al alcance de cualquiera.
¿Puedo presumir de que acabo de darme una ducha? Pues hombre, puedo compartir tan irrelevante dato con la gente, pero no lo considero presumir. No puedo despertar envidia, cualquiera de vosotros puede darse una ducha como la que me he dado yo.

Lo mismo lo aplico al ser maravillosa y feliz. No es ningún secreto que estoy contenta con la vida que llevo. Y me gusta exteriorizarlo, porque es mi forma de ser. Pero mi intención no es despertar malestar o envidia alguna en los demás, porque considero que nada de lo que yo tengo, nada de lo que yo hago, es especial e imposible de alcanzar para otras personas.
Mi vida no es mejor que la del resto de la gente. De hecho, creo que, en ocasiones, es incluso peor. Y quien lo dude, le dejo que experimente esto de los episodios depresivos por razones puramente endógenas. Pero incluso con todo ello, he conseguido ser muy feliz. Y no es por nada externo a mí. Nadie me ha regalado nada, nadie me ha dicho "toma, te otorgo esto y esto otro para que seas feliz". Más que nada porque la felicidad es una actitud ante la vida, no un estado externo a uno mismo. Hay sucesos que nos pueden traer penas o alegrías. Pero la felicidad va más allá de eso. Para ser feliz hay que desearlo, esforzarse y trabajar constantemente en ello. Esforzarse en no caer en las quejas improductivas y dedicar nuestro tiempo a cambiar lo que no nos gusta o a superar aquello que no puede ser cambiado. Esforzarse en ver lo bueno de nuestra vida, en perseguir metas y en disfrutar.

Es un proyecto a largo plazo. Como el que debe perder mucho peso y tiene que hacer ejercicio y cuidar su alimentación día tras día. La felicidad es lo mismo, un estado que requiere poner de nuestra parte para ser alcanzado.
Ciertamente, hay gente que no sabe cómo ser feliz. Igual que hay gente que no sabe cómo llevar una dieta equilibrada o qué ejercicios le irían bien para adelgazar. Y al igual que estos últimos pueden pedir consejo a alguien que haya perdido peso, acudir a un endocrino y buscarse un entrenador personal para el gimnasio, el que no sabe cómo ser feliz puede buscar ayuda. No debería ser algo vergonzoso. Si nadie nos ha enseñado a ser felices, a tener pensamientos positivos, a descartar patrones de pensamiento dañinos o a entendernos a nosotros mismos y a nuestras emociones, es normal que cueste alcanzar la felicidad. Porque aunque las herramientas están a nuestra disposición, no se saben usar. Así que hasta la persona más negada puede ser feliz si realmente quiere serlo.

Yo me he esforzado para ser feliz y disfrutar de mi vida. No he hecho nada que no puedan hacer los demás. Así que no veo motivo para tener que esconder mi felicidad. Porque esa felicidad no debería despertar envidia malsana ni sentimientos de frustración. Todo lo contrario. Debería servir de inspiración. Pero claro, para ello primero hay que aceptar que la felicidad está enteramente en nuestra mano y que no depende de factores externos. Dos personas ante una misma situación vital pueden reaccionar de forma opuesta, sintiéndose una de ellas completamente desafortunada mientras que la otra es capaz de sacar provecho a lo sucedido. No es tanto lo que ocurre como nuestra forma de interpretar lo que nos pasa.

Así que todo el mundo puede aprender a sentirse maravilloso. No tengo la exclusiva.

viernes, 20 de septiembre de 2013

El destino es caprichoso

Se sumergió, dispuesta a dejarlo todo atrás.
Lavó sus heridas, dejó que el agua relajase su alma.
Y salió nuevamente a la superficie. Contempló el bosque con los ojos muy abiertos, como si fuera la primera vez que veía aquellos árboles. Se sentó al pie de uno de ellos, donde previamente había depositado una pequeña cesta llena de cerezas. Tomó una de ellas y se la llevó a la boca, separándola del tallo que la unía a una segunda cereza. Suspiró mientras observaba esa cereza solitaria. Pero esta vez no quiso llorar. Esta vez no quiso ver una cereza que podría haber compartido en agradable compañía. Era una cereza que esperaba. Algún día, estaba segura, podría volver a reír mientras repartía las cerezas de su cesta. Sabía que era un sueño, sabía que era probable que no volviesen a buscarla a aquel lugar, que nadie quisiese tomar asiento a su lado. Pero le daba igual. No quería perder la esperanza. Ella seguiría allí. Siempre.

---

Es curioso. Nunca pensé que mantener aquella promesa llevaría a un final feliz. Pero lo hizo. La persona que me inspiró este texto, años ha, no solo regresó, sino que ahora es mi pareja.

¿Por qué él, de entre todos los hombres del universo? A saber. Quizás siempre pudo haber sido él pero no se dieron las circunstancias adecuadas. Puede que se tratase de un fruto temprano que aún debía madurar para alcanzar su esplendor.

En cualquier caso, es una bonita casualidad el haber recuperado aquella vieja amistad precisamente en el único momento en que el vínculo entre ambos podía dar lugar a algo más. Y aunque alzamos mil barreras para no volver a mirarnos el alma, todas cayeron y nos dejaron el uno frente al otro, vulnerables, con las ilusiones expuestas. Fragilidad que pudo habernos hecho añicos, como en el pasado, pero que nos hizo más fuertes. Lo suficiente como para aceptar la verdad sobre lo que albergaban los corazones.

Y así me encuentro, con el círculo cerrado y la felicidad libre de nuevo. No me puedo quejar.




martes, 17 de septiembre de 2013

Entre corrientes de estrellas (con lava y descuentos)

Hubo un tiempo en el que las rocas eran blandas y el terciopelo áspero y levemente desconfiado. En ese tiempo, los canelones no eran muy apreciados y la gente prefería el almidón y las piaras de cerdos de gominola. La gominola siempre será apreciada entre aquellos con costillas no fusionadas con el peroné.

En ese tiempo, la gente no volaba. Se limitaba a reptar emitiendo un sonido tal que así:

-Bleeeeeeeeeee...bleeeeeeeeeeeeeeeeeee... uuuuuuuuuu... bloooooo.

Como no es el sonido más armonioso del mundo, lógicamente ese tipo de personas se acabaron extinguiendo. Aún quedan vestigios de su existencia en tiempos pasados. Y se dice que uno de cada siete humanos con cubos de agua tiene parte de sus genes. Claro que dos de cada cuatro tienen genes de mosca tuerta de la mitad de sus ojos. Así que a saber.

En cualquier caso, eso no tiene nada que ver conmigo. Ni con vosotros. Porque la gente de la que hablo es gente de otra dimensión, una de esas en las que no existen las palomitas y las cucarachas miden tres metros. No queremos saber nada de esa dimensión ni de esa gente.

Y en lo que a nuestro mundo y tiempo respecta, aquí la gente tampoco suele volar mucho. No por sus propios medios, al menos. Yo soy la excepción, claro está. Tengo un hogar entre las nubes de calma y otro en las de tormenta. También tengo mapas y fotografías satélite con deformación de águila experta en microbiología.

Pero eso no le importa a nadie, porque la gente no puede entrar en reinos que no son suyos. Aunque hay personas que pueden. Pero son pocas. Y nadie las comprende. Salvo yo, claro. Generalmente las comprendo y las mato (para aliviar su sufrimiento o porque me aburro, depende del día) pero a veces adopto a alguna y me enorgullezco de su desarrollo como ser humano de provecho. Eso sí, hace mucho que no adopto a nadie. Casi siete siglos. No es mucho en el plano de la inmortalidad, pero sí en el de un geranio tieso.

De cualquier modo, todo esto quedó atrás desde el momento en que las capuchas inversas desaparecieron del multiverso escondido en el congelador. Ahora estamos en otra época. Otra era. Otra situación política convulsa y sin sacarina en los sombreros.

Y en mitad de todo esto, está él. Y corro para alcanzarlo, pero la corriente de estrellas me lo impide. Y grito su nombre, pero como no tiene, es un grito vacío. Puntos suspensivos que se pierden entre volutas de humo y escamas de pez.

¿Frustración? Nah, solo una vuelca de tuerca al deseo. Y un salto de canela en rama y de vacío total en una fábrica de sacacorchos. Así escapo de la corriente y me lanzo a sus brazos. Me atrapa entonces la red de tornasol y parabrisas. Tic, tac, relojes parados que parecen vivir a la sombra de aquella armadura. Tic, tac. Las marionetas de seda se desmadejan a los pies del orangután oprimido. Se llama Braulio. Porque así lo decidió el vendedor de cupones que tenía el mundo en lugar de ojos.

Pero importa poco, porque como ya he dicho, todo eso queda atrás. Y entre caracolas de metal, nacen las algas del destello. Toma una y dibuja estelas entre la arena de pan. Pero no sueñes, que no está permitido entre las horas de luna baja. Tan solo cuando el sol está alto, vigor entre nubes blancas y cielos de color de mar (pero del bonito), puede uno volar sin límites, pasando entre castillos de metacrilato y hojaldre, de lumbre agotada y de volcán intenso.

Cualquier podría saber que nada de eso ha pasado ni pasará, pero cualquiera no leería estas palabras sin entender su significado. Solo una persona lo haría. Y está muerta. O quizás nunca nació. Puede que incluso sea mentira. A saber. El mundo es así de raro.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Tengo un tiburón

Tengo un tiburón, que me defiende de los fallos del emulador del averno. Que me consuela cuando un save me devuelve las horas pero no el nombre. Ness. Bueno, todo sea por no volver a empezar. Y porque el dinero con el que viene es interesante.

Ya le queda poco sobre la piel, se agrieta, castigado. Pero sus tribales adornaron una noche que quedó suspendida en el tiempo. Una noche que no puede ser cargada con f4. Aunque mejor así, de lo contrario correría el riesgo de perderla. Y no quiero. Quiero conservar la quietud de aquella noche, solo rota por nuestras risas. Quiero conservar tus abrazos, tus besos, el calor de tu cuerpo. Es por ello que sé que aunque desaparezca su dibujo, no lo hará su esencia. Porque tengo un tiburón. ¡Y un pastel!

Así soy yo, porque siempre lo he sido. Y así me descubres, nueva y vieja, sin censuras. Con la cabecita loca dando tumbos de un lado a otro, jugando a soñar. Una niña que es adulta. O quizás una adulta que aún es niña. Posiblemente un calamar. Eso sería mucho más adecuado.

Y quiero tus brazos, para que ahoguen mi frustración tonta, mi guerra abierta contra las malas jugadas de la tecnología. Porque son los disgustos insignificantes los que me recuerdan que todo es más bonito a tu lado. Hasta una pila de cadáveres. Pueden ser cadáveres bonitos, claro está. Pero no me refiero a eso. Es el brillo especial que tiene la felicidad compartida. Con tiburones, claro. Porque tengo uno. Que vigila y protege. Que se disputa contigo mi persona, como si no fuese suficiente un elefante.

Tengo un tiburón. Déjame que te lo recuerde. Todo sea por volver a disfrutar la complicidad de ese momento.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Elefantes sicarios (o de cómo la felicidad no te la regalan)

Los elefantes son maldad pura. Así que no es de extrañar que alguno pueda ser un sicario. De los de calidad.
Por mi parte, yo no sirvo para eso de ser sicario. Ni para ser elefante, todo sea dicho.

Hoy quiero dejar clara una cosa. Sí, mi último mensaje fue ñoño. Y claro que me siento afortunada y soy muy feliz ahora mismo. Pero que nadie me "envidie" ni se alegre de que sea feliz por haberme emparejado. Igual otros creen que la felicidad se basa en tener a alguien a tu lado, pero yo no lo comparto. Soy feliz porque me he esforzado para serlo. Que haya sido capaz de atraer a otra persona es secundario. Y posiblemente es algo que no habría pasado si yo fuese otra de esas sombras ambulantes que se arrastran por el mundo pensando que todo es horrible.
Pues no, no quiero que nadie me reste mérito. La felicidad no viene milagrosamente a visitarte. Hay que buscarla. Y para eso hay que dejar de lloriquear y prepararse para hacer sacrificios.

Sí, soy una persona optimista, lo reconozco. Pero eh, si mantengo el optimismo es porque me esfuerzo. Porque analizo las circunstancias y llego a la conclusión de que es el mejor enfoque para resolver los problemas. No es porque tenga una habilidad mágica para verlo todo bonito. Y eso es algo que he entrenado durante años, desde que vivía exiliada en el bosque.

Así que no, no soy feliz por haber encontrado el amor. No cabe duda de que eso siempre ayuda a estar aún más contento. Pero ya era feliz desde mucho antes. Desde que me dije que no pensaba emplear mi tiempo en pensar en lo peor, sino que iba a esforzarme en disfrutar al máximo de lo que me ofrecía la vida.

Y eh, que no se reconozca mi esfuerzo es lo de menos. Pero la gente, al pensar así, se hunde aún más en su miseria y lo reduce todo a "yo es que no tengo quien me quiera". Y eso me da rabia. Porque en lugar de pensar "eh, ella ha podido salir adelante, yo también puedo" adopta una postura negativa en la que esperan que aparezca una mano salvadora que todo lo ponga en su lugar. No, no hay manos salvadoras. Si uno quiere ser feliz, tiene que luchar por ello.

Cuando hablo de luchar, lo digo seriamente. Si uno ha probado de todo y sigue sin ser feliz, igual toca cambiar el enfoque. Y para ello hay que hacer cosas incómodas. Abandonar esa zona comfortable de la que tanto se habla y salir al exterior.

Y es que incluso las cosas más agradables que he hecho últimamente, me han costado muchísimo. La de veces que me dije que ojalá pudiese anular el vuelo a Japón porque no tenía nada de ánimo para ir. Incluso mi visita a Valencia, donde también lo pasé estupendamente, fue algo que me resultó un poco complicado al principio. La tentación de quedarme en casa era enorme.
Aplicad esto a cada vez que me he apuntado a algo, que he quedado con alguien o he emprendido un nuevo proyecto. Y es que hasta hace nada, aún tenía días en los que la depresión hacía acto de presencia de forma ligera.
Pero sabía que tenía que vencer la incomodidad inicial, porque iba a merecer mucho la pena.

Y eh, me sigue pasando. ¿Alguien cree que no me da miedo pensar en irme a UK a la aventura? Soy consciente de lo complicado que va a ser al principio. ¿Pero y qué? Quien algo quiere, algo le cuesta. Y si la única opción viable que tengo es irme fuera, pues allá que vamos. Ya me encargo yo de ir pensando en todo lo positivo que me puede aportar y en cómo puedo sacar el máximo partido a la experiencia.
Pensar en todo lo que he querido hacer y no he podido, de poco sirve. Pensar en todo lo que me gustaría hacer y tampoco puedo, es igual de improductivo. Así que toca pensar en lo que sí está en mi mano. Porque siempre hay algo que podemos hacer. Si aceptamos que tenemos que salir de nuestra zona de comodidad y hacer cosas nuevas que no nos hacen sentir tan seguros.

Para mí es sencillo. No se trata de tener grandes habilidades, se trata de ser prácticos. Si tienes un muro ante ti y no cede por muchos golpes que le propines, igual es hora de pensar que hay técnicas mejores que seguir con lo mismo una y otra vez. En primer lugar, porque puede que el muro nunca ceda. Y por otra parte, porque aunque lo hiciese, uno habría tenido que sufrir mucho en el proceso e invertir largo tiempo.
Así que si yo me encuentro un muro que me corta el camino, me las ingenio para trepar, rodearlo o buscar la manera de llegar hasta el otro lado. Y sí, desviarse no es agradable. Parece menos inmediato que atravesar directamente el muro. Pero hay que pensar a largo plazo. Y ese tiempo que invertimos en rodear lo recuperamos cuando estamos al otro lado, mientras otros siguen dándose cabezazos contra la pared.

Sobra decir que es todo cuestión de actitud. Cada persona tendrá su carácter y sus particularidades. Pero la actitud es algo que depende únicamente de nosotros y de cuánto queramos esforzarnos en algo. Todos tenemos la capacidad de rodear muros, pues disponemos de piernas funcionales. Pero hay que querer hacerlo. Y no esperar a que nadie venga a tirar de nosotros para superar el obstáculo.

Así que, enlazando con el principio de esta entrada, yo ahora soy tremendamente feliz. Pero no he encontrado a un salvador que me haya mostrado el camino. He rodeado el muro yo solita y, una vez en mi destino, me he podido permitir disfrutar de la persona que he encontrado allí. Pero nunca habría conseguido hacerlo si me hubiese quedado rabiando y lamentando mi suerte al otro lado del muro.

Buah, cómo me he enrrollado. Y todo para que esto acabe en una terrible Coelhada, como bien sabe un basilisco de fango que mora por aquí.
Pero no importa, porque se me vienen a la mente varias personas a las que estoy viendo estamparse contra el muro una y otra vez y que han tomado el anuncio del fin de mi soltería como una especie de salvación que alguien me ha otorgado. En lugar de ver lo que he conseguido, han tomado el último dato relevante y lo han añadido para que encaje con su imagen de cómo funciona el mundo. ¡Y esa no es la moraleja correcta! Que tampoco es que haya una moraleja, correcta o no. Pero no pienso alimentar con mi silencio las distorsiones cognitivas de la gente que me importa.
Ciertamente, no sé si esas personas leerán esto. No es algo que tenía en mente al empezar a escribir (como si hubiese tenido algo en mente en algún momento, ja). Pero bueno, aquí está esto, que seguro que a alguien le sirve. Aunque sea para no sumarse al grupo de los que creen que nos salvamos porque alguien se digna a querernos.
Además, en mi caso, soy yo la que permite a la gente que me quiera, en un acto de bondad sin precedentes.

Total, que el merlucismo se extiende. Y los elefantes sicarios no dan abasto. Es dura la vida de los elefantes. Casi tanto como la de las piedras porosas en Afganistán. Pero bastante más que la de las fresas con nata. Ñam.

martes, 3 de septiembre de 2013

Efervescente Mel-ho

Así era como me llamabas. Hace ya más de cinco años. Una época de mi vida que se me antoja tremendamente lejana. Ha pasado muchísimo. Mi vida se vino abajo y volvió a levantarse dos veces en ese periodo de tiempo. Prácticamente no queda nada de aquel entonces. Salvo algunos buenos amigos. Y salvo tu presencia.

Apareciste en una época convulsa y pagaste por ello. Te alejaste, por motivos que entiendo. Y aquello también pasó factura. Te convertiste en un desconocido. Y pese a no olvidarte, no eras ya parte de mi vida. Ni de mis ilusiones.

Se inició una nueva etapa. Y me enamoré.
Soy una de esas personas que cuando se enamoran, lo viven al cien por cien. No hay más hombres que el que se ha instalado en mi corazón. Y aquel nuevo chico se encargó de iluminar mi vida borrando cualquier añoranza de mi pasado. Fue una época maravillosa. Pero las cosas acaban. Acabó mi primer amor y acabó el último. Guardé los buenos recuerdos (como la persona práctica que soy) y nueva vida. Esta vez tuve la suerte de no perder a quien sigue siendo una persona importante para mí. Gran suerte.

Las páginas se pasan cuando el tiempo así lo dicta. Y fui danzando de un lado a otro, rechazando muchas manos que se tendieron en mi dirección. No, mi corazón no quería dueño.
Algunas personas se ganaron mi afecto. Quién sabe, es posible que alguna de ellas se hubiese acabado ganando algo más, entregada como soy yo a quien me adora. Pero no fue así. Quizás porque tocaba vivir el reencuentro más esperado. El nuestro.

Es curioso cómo el pasado me golpeó de lleno cuando te tuve frente a mí. Imagino que habría sido diferente si no me encontrase sola en ese momento. Pero lo estaba. Sola y en un lugar que no me correspondía. Un lugar que me dejaba peligrosamente cerca de ti. Como si toda la época anterior, ahora desaparecida, hubiese dejado un hueco que se llenó repentinamente con los recuerdos.

No fui capaz de verlo en un principio, claro. Yo aún lloraba secretamente una pérdida. Marcada como estaba por nuestro pasado, me ilusionaba con nuevas caras. No duraba mucho tiempo, pero sí el suficiente como para no fijarme en ti de aquella manera que tanto trataba de evitar.
Pero las palabras del pasado eran como un eco del que no me podía librar. Tus brazos volvían a rodearme como en aquellos tiempos. Y a diferencia del pasado, ahora esos abrazos podían convertirse en algo más. Podían transmitir todo tipo de sentimientos. ¿Pero qué haces cuando no sabes ni lo que sientes?

Pero no tengo remedio. Me aferré a todo lo que podía ver como algo negativo. Una barrera que me mantendría alejada de ti, de la fascinación que seguían ejerciendo tus palabras. O esa era la teoría. En la práctica, solo retrasé lo inevitable. Lo que podría haber pasado unos meses atrás. Y quién sabe si es algo que podría haber surgido hace aún más tiempo, si las circunstancias hubiesen sido favorables. De ser así, habría fracasado estrepitosamente. Se necesita algo más que ese extraño vínculo que desarrollamos. Pero ahora... ahora somos dos personas diferentes. Capaces de volver a vincularnos, no de la misma manera, sino de una incluso mejor.

Es algo que no habría imaginado antes. Lógico, en aquel entonces solo tenía ojos para otra persona. Pero al mismo tiempo, lo analizo ahora y me parece completamente lógico. ¿Cómo no iba a surgir algo así entre dos personas que encajaban tan bien? Por algo has sido el único capaz de entrar en aquel palacio entre los jardines. Solo tú tenías (y tienes) esa sensibilidad especial, esa capacidad de soñar y arrastrarme contigo.

Que no se me malinterprete. Fui inmensamente feliz con las personas con las que compartí mi vida anteriormente. Siempre me he enamorado al cien por cien, en cada una de mis relaciones.
Pero la actual tiene ese toque místico, de recuperar algo importante que pensabas que nunca ibas a tener de nuevo. Y descubrir que ahora es incluso más valioso que antes.

Quizás todo esto explica el motivo por el que mis labios se precipitaron sobre los tuyos en nuestra primera despedida. Y en todas las que siguieron a aquella.
Sé que el estado en el que me encuentro hace que todo parezca más idílico de lo que es. Si hubiese acabado enamorándome de otra persona, no me pararía a pensar en todas estas cosas que compartimos en su día y que volvemos a disfrutar juntos. Pero, por un motivo u otro, de quien me he enamorado es de ti. De esa persona que me llamó poderosamente la atención antes de conocerla siquiera, solo por lo que transmitían sus palabras. De alguien que, tan diferente de mí como es, al mismo tiempo me complementa de una forma especial.

Quién sabe qué nos deparará el futuro. Ignoro cuánto tiempo podré disfrutar de ti, pero me gustaría que fuese mucho. Muchísimo. ¿El resto de mi vida? ¿Por qué no? Y el tiempo dirá si esta es otra historia de felicidad temporal que luego queda en una maravillosa amistad o si eres realmente la persona que va a compartir sueños conmigo. Me gustaría que fueras tú, claro. A todos nos gusta eso cuando estamos enamorados. Pero la verdad, me gustaría, ya no por ese motivo, sino porque realmente eres una persona fascinante. Eso lo supe ver cuando no sentía nada por ti. Y supe también que yo quería a mi lado a alguien así. Alguien que me dejase atravesar su coraza y me entregase su corazón sin reservas. Alguien que echase a volar a mi lado y compitiese conmigo por ver quién era capaz de llegar más alto.

Y es que hay cosas que nunca cambian. Y ni todos estos años han conseguido borrar nuestro anhelo por vivir nuevas aventuras que solo están en nuestra mente. Compartimos un escenario que ha sido diseñado por nuestras ilusiones y nadie más puede entrar a perturbar nuestra paz. Nos jugamos la vida persiguiendo lo imposible, abriendo una puerta tras otra. Hasta que al final acabamos descansando en más idílico de los mundos. El que forman nuestros sueños y el que dibujan tus brazos, rodeando mi cuerpo.

No sé cuándo leerás esto, si es que lo haces. Pero aquí estará como testimonio de que un día me sorprendí al comprobar todo lo que habíamos pasado juntos. Juntos en la distancia, en el abandono. Pero también en la cercanía de nuestros besos.

Todavía se me hace extraño. Que de todas las personas que podían ocupar mi corazón, hayas sido tú la elegida. El viejo amor platónico, ahora real. Olvidado y recordado, como las historias que merecen la pena.

Todo esto lo pienso ahora, mientras recuerdo cómo contemplaban las estrellas en llamas nuestros "yo" del pasado. Ahora ya no miramos las estrellas, sino que preferimos perdernos el uno en el otro. Las cosas cambian, pero la esencia sigue presente, apenas modificada. Adaptada para funcionar mejor si cabe, pero nada más.

Y tú lo entiendes. Como entiendes que esto es más que una simple declaración de sentimientos. Pública la lectura, pero privados los significados que solamente nosotros sabemos ver.

Habrá más, mucho más. Susurrado entre miradas, mientras juego con las ondas de tu pelo. Y no eres tú, ni soy yo, sino que somos un extraño concepto, un "nosotros" perturbado y dialogante con todos sus sentidos. Definiéndose entre el caos, entre la luz y la penumbra, entre la ilusión y el miedo.

Es lo nunca imaginado. El danzar del tiempo.