miércoles, 23 de marzo de 2016

Casi se me olvida que nos vamos a morir

Que nadie se asuste por el título. No se trata de ninguna entrada triste ni propiciada por desgracias personales. Tan solo es una reflexión en voz alta (mentira, porque estoy afónica y además estoy tecleando, ja).

Seré directa. Nos morimos, humanos míos. Todos. Unos antes, otros después. Es la reflexión a la que todos llegamos cuando dejamos de ser unos niños y entramos en esa etapa absurdamente pedante y existencialista que es la adolescencia-primeras etapas de la juventud. Sí, esos momentos en los que "se descubre el mundo" y todo lo magnificamos y lo vivimos a lo grande (la revolución hormonal no se limita a cambiarnos la forma y ponernos pelo extra, también nos abre los ojos a "la verdad" y nos transforma en filósofos de baratillo). Qué drama, en serio. Que todo lo que hemos vivido es mentira, ya ves. Y estamos en esta sociedad, prisioneros de un destino al que nadie escapa, pensando cómo diablos se las apaña uno para seguir adelante cuando sabes que todo tiene fecha de caducidad.

¿Y qué pasa entonces? Pues que crecemos. Maduramos. Eso dice la teoría, yo creo que nos acostumbramos a la nueva condición de adultos, se nos pasan las tonterías y seguimos con nuestra vida. Se vaya a acabar o no, la vida nos pone obstáculos a todas horas y es más útil centrarse en ellos que en lo que pasará dentro de un puñado de décadas (porque todos aspiramos a morirnos de viejos, faltaría más).

¿Y a qué viene todo esto? Pues a nada. Bueno, a que estaba tosiendo hasta colocarme del revés y he mirado dramáticamente a mi melón mientras gritaba "¡Me muero! ¡Recuerda que te amé siempre!". Y no me he muerto, pero que lo recuerde igualmente. El caso es que,  en este arrebato de filósofo adolescente demasiado tardío, he pensado que igual me muero de una forma tontísima cuando menos me lo espero y me dejo la vida a la mitad, así con todo por medio. Sería un drama. O no. Pero el caso es que puede pasar perfectamente. Y yo aquí, viviendo como si fuese inmortal y lamentando desde el más allá no haberme tomado más en serio lo limitado de mi tiempo. Bueno, eso si creyese en el más allá, porque la verdad es que no lo hago. Y ya me gustaría (tiene que ser reconfortante) pero qué le voy a hacer, no lo consigo.

A lo que iba. Que todos vamos a morir, pero todos vamos por el mundo como si fuese algo que no va con nosotros. Es lógico, torturarnos por lo finito de nuestro tiempo no ayuda a que la vida sea precisamente maravillosa. Pero creo que debería existir un punto intermedio. Ni llorar por las esquinas porque algún día vamos a perder todo lo que tenemos (sí, todo, absolutamente todo) ni olvidar que estamos de paso y que nadie nos tiene garantizado un nuevo amanecer cada vez que vamos a acostarnos.
Porque luego pasa lo que pasa y la gente se lamenta de no haber hecho (y dicho) miles de cosas.

En realidad a esa conclusión llegué hace ya muuucho tiempo (hoy me ha dado por despertar el adolescente interior y recordarlo) y me dediqué a vivir cada día como si fuese el último. Sin perder la esperanza en que no lo sea (las estadísticas están de mi parte, confiaré en tener suerte) pero siendo consciente de la posibilidad existe.

¿Y qué es eso de vivir cada día como si fuese el último? ¿Implica dejar de perseguir metas y todo eso? Pues no. Que el día de mañana tendré que vivir de algo. Y ya no es solo cuestión de mera supervivencia, es que me gusta soñar con el futuro y hacer todo tipo de planes. Así que yo me limito a aplicarlo en un sentido muy sencillo: no te vayas a la cama dejando cosas pendientes. No quiero lamentarme si un día me levanto y descubro que falta alguien a quien querría haberle dicho más de lo que le dije. O peor aún, que mi última interacción con ese alguien haya sido de enfado o pasotismo. Que ya me veo toda la vida torturándome y queriendo cambiar el pasado. No, por ahí no paso. Aunque en realidad da un poco igual, es muy difícil que yo me enfade con alguien, pero la idea queda clara con ese ejemplo.

Buah, escribir con fiebre es malo. Tengo la costumbre de no corregir lo que escribo (salvo que encuentre una errata horrible que pueda dañar la salud de los lectores) y me gusta el resultado. Pero hoy creo que se me va de las manos, en el momento menos pensado voy a hablar de berenjenas.

Berenjenas. Son... moradas. Sí. Se comen. También se las puedes tirar a los demás a la cabeza. Versatilidad en estado puro.

Total, que volviendo al tema... pues estas cosas pasan. La gente se muere. Yo me moriré un día. Igual me muero de manera molona (sin darme cuenta, que es lo único que puede ser molón en eso de desaparecer para siempre) o igual de manera dramática. Y antes de morirme yo se morirá mucha gente a la que quiero y sin la que la vida va a tener mucho menos encanto. Tus amigos, tu familia, tu pareja... todo desaparece. Y tú también lo haces. Qué bien, ¿verdad? Vamos a tener una vida maravillosa y luego vamos a ir viendo cómo se viene abajo poco a poco.

A mí eso me frustró mucho de cría. Eso de morirse me parecía muy injusto y absurdo. Me lo sigue pareciendo, en realidad. El universo podría seguir sin vida exactamente igual y se evitaría mucho sufrimiento. Aunque también mucha alegría, eso hay que admitirlo. Es lo que hace que no vea mal que la gente siga reproduciéndose y trayendo al mundo seres conscientes que habrían estado muy bien sin existir (yo no me lamento por mi tiempo de no existencia... no ser, no sentir y no padecer me parece bastante aceptable). Uno no puede dejar de mirar mal cuando se entera de esta jugarreta que es la vida limitada, pero se te pasa el disgusto cuando piensas en todo lo que estás experimentando. Si, condenados a sufrir, pero es el precio a pagar para poder disfrutar.

Eso sí, me pregunto hasta qué punto es mejor el poder existir y ser consciente de la vida, con lo bueno y lo malo, que el no existir jamás. Lo positivo es mejor que la nada, pero igual lo pienso como justificación para una vida ya determinada en la que no me queda más opción. Buah, y luego la gente me pregunta si pienso tener hijos. Carezco de instinto maternal y encima me planteo estas cuestiones estúpidas. Acabará adoptando una piedra. O igual se me despierta ese instinto y me viene el egoísmo de golpe y me da igual condenar a otro ser a las maravillas y desgracias que implica la vida. Quién sabe.

Eh, con esto no quiero decir que no me guste estar viva. Desde el momento en que soy consciente de mi existencia, me gusta más estar viva que muerta. Pero es que es ese mismo ser consciente de lo que es vivir lo que condiciona mi respuesta. Nunca podré opinar desde el punto de vista de la no existencia (lo que no existe no opina, es lo que tienen estas cosas).

Total, que me desvío del tema inicial. Que la gente se muere y eso es chungo. No me mola. Pero es lo que hay. E independientemente de si tiene sentido esto de poblar el mundo de humanos con fecha de caducidad, estamos aquí y nos toca lidiar con nuestra mortalidad. Aunque la forma de lidiar suele ser sinónimo de hacer como que eso no va con nosotros. Ya nos preocuparemos por ello cuando llegue el momento. Pero es que ese momento puede ser mañana mismo. ¡No! No quiero. Pero puede pasar, quiera o no. Así que me enfrento a mi día a día a día exprimiéndolo al máximo. Sí, estoy aquí por tiempo limitado, como lo está la gente a la que quiero. Pero y qué. Es lo que hay, no lo puedo cambiar. Lo único que está en mi mano es decidir de qué manera me enfrento a esa certidumbre de la muerte y a la incertidumbre de cómo y cuándo llegará. Y la única forma que conozco de hacerlo es... viviendo. Pasando de las cosas chungas y quedándome con las buenas. Sin olvidar que cosas peores están por llegar, pero teniendo esa idea como una motivación para disfrutar todo lo posible del presente y no como una amenaza maligna.

Me pregunto si es por eso por lo que tantísimas cosas me dan igual. Que la gente me acepte o no, tener el trabajo de mis sueños o no, hacer méritos para no sé bien qué... pues nada de eso me quita el sueño. Porque a mí lo que me da la vida es irme a dormir cada noche después de haber pasado un día estupendo con la gente a la que quiero. Disfruto de mi familia, de mis amigos, de mi pareja. Y lo demás me da igual, la verdad. Y eh, tengo ambiciones y sueños. Me gusta hacer cosas nuevas y hacer planes de futuro. Buah, si de mí dependiese, dominaría el universo. Pero eso son cosas que están ahí para disfrutarlas, no para obsesionarme con ellas y condicionar mi vida. Dedico tiempo a garantizarme mi propia supervivencia futura, no soy tan alocada como para vivir sin planear. Pero intento que el tiempo que eso me roba sea mínimo.

Por eso, si me muero ahora, me iría al más allá (ese en el que no logro creer) con mucha tranquilidad. Hago todo lo que me gusta, digo que no a todo lo que no me apetece. No me callo ni uno solo de mis sentimientos y no dedico un solo minuto a los problemas que no tienen solución. Si quiero perseguir un sueño, lo hago al instante y no lo dejo para un futuro que no sé siquiera si tendrá lugar. Y (una de las cosas que considero más importantes) no me conformo con menos de lo que creo merecer. La vida es muy corta como para perder tiempo con gente que no te aporta nada o para compartir tus días con gente que no se entrega del mismo modo en que tú lo haces (ojo, en su derecho están de no hacerlo, como yo en el mío de buscarme personas nuevas). Así que ahí voy, lanzándome de lleno al camino de la esperanza, al de "voy a ver qué hago hoy para sentirme aún mejor", al de "no todo es de color de rosa, pero yo puedo elegir si mirar hacia las sombras o hacia la luz", al de "las berenjenas no son de metal ni de corcho". Etc.

Y es por eso que animo a disfrutar a los que se lamentan por las arrugas o las canas, por los kilos de más o de menos, por el despertar mayor o menor admiración, por... por no tener una vida perfecta, en definitiva (algo que no existe). Cambiad lo que no os gusta, dedicad más tiempo a lo que os hace sentir bien. Que estamos aquí de paso e igual mañana nos cae un meteorito en la cabeza y hala... a tomar viento (de levante tarifeño, por supuesto).
Buscad en vuestro interior la motivación para sonreír cada mañana.

-El abrazo de tu pareja, de tu hijo, de tu amigo, de tu mascota (qué te abrazan a su manera).
-Esos buenos libros y películas, esos juegos que te enganchan horas y horas.
-La naturaleza, el respirar aire puro, el caminar sin rumbo fijo descubriendo tu entorno. O la multitud bulliciosa de la ciudad y sus actividades sin fin, eso según los gustos de cada cual.
-El cambiar el mundo, aunque sea un poco. Adoptar a un animal abandonado, colaborar en una asociación de voluntariado, el defender causas justas con tu activismo... cualquier cosa que nos muestra que, si queremos, podemos aportar nuestro granito de arena y ser útiles. La vida es efímera, pero podemos hacer más agradable ese trayecto que realizamos juntos día a día.
-Crear. Dibujar, escribir, fotografiar, moldear, imaginar. Porque nadie puede poner límites a nuestra mente y eso es maravilloso.
-Vivir nuevas experiencias. Viajar, conocer gente nueva, aprender otro idioma, interesarte por nuevos temas, descubrir todo aquello que nos rodea.

Todas estas cosas (hay más, pero estoy vaga y ya llevo un buen tocho escrito) son las que me hacen sentir bien. Son las que me llenan tanto que casi hacen que olvide que nos vamos a morir. Y son también las que, cuando lo recuerdo, me hacen esbozar una sonrisa y pensar que no me queda entonces ni un solo minuto que desperdiciar.