martes, 17 de septiembre de 2013

Entre corrientes de estrellas (con lava y descuentos)

Hubo un tiempo en el que las rocas eran blandas y el terciopelo áspero y levemente desconfiado. En ese tiempo, los canelones no eran muy apreciados y la gente prefería el almidón y las piaras de cerdos de gominola. La gominola siempre será apreciada entre aquellos con costillas no fusionadas con el peroné.

En ese tiempo, la gente no volaba. Se limitaba a reptar emitiendo un sonido tal que así:

-Bleeeeeeeeeee...bleeeeeeeeeeeeeeeeeee... uuuuuuuuuu... bloooooo.

Como no es el sonido más armonioso del mundo, lógicamente ese tipo de personas se acabaron extinguiendo. Aún quedan vestigios de su existencia en tiempos pasados. Y se dice que uno de cada siete humanos con cubos de agua tiene parte de sus genes. Claro que dos de cada cuatro tienen genes de mosca tuerta de la mitad de sus ojos. Así que a saber.

En cualquier caso, eso no tiene nada que ver conmigo. Ni con vosotros. Porque la gente de la que hablo es gente de otra dimensión, una de esas en las que no existen las palomitas y las cucarachas miden tres metros. No queremos saber nada de esa dimensión ni de esa gente.

Y en lo que a nuestro mundo y tiempo respecta, aquí la gente tampoco suele volar mucho. No por sus propios medios, al menos. Yo soy la excepción, claro está. Tengo un hogar entre las nubes de calma y otro en las de tormenta. También tengo mapas y fotografías satélite con deformación de águila experta en microbiología.

Pero eso no le importa a nadie, porque la gente no puede entrar en reinos que no son suyos. Aunque hay personas que pueden. Pero son pocas. Y nadie las comprende. Salvo yo, claro. Generalmente las comprendo y las mato (para aliviar su sufrimiento o porque me aburro, depende del día) pero a veces adopto a alguna y me enorgullezco de su desarrollo como ser humano de provecho. Eso sí, hace mucho que no adopto a nadie. Casi siete siglos. No es mucho en el plano de la inmortalidad, pero sí en el de un geranio tieso.

De cualquier modo, todo esto quedó atrás desde el momento en que las capuchas inversas desaparecieron del multiverso escondido en el congelador. Ahora estamos en otra época. Otra era. Otra situación política convulsa y sin sacarina en los sombreros.

Y en mitad de todo esto, está él. Y corro para alcanzarlo, pero la corriente de estrellas me lo impide. Y grito su nombre, pero como no tiene, es un grito vacío. Puntos suspensivos que se pierden entre volutas de humo y escamas de pez.

¿Frustración? Nah, solo una vuelca de tuerca al deseo. Y un salto de canela en rama y de vacío total en una fábrica de sacacorchos. Así escapo de la corriente y me lanzo a sus brazos. Me atrapa entonces la red de tornasol y parabrisas. Tic, tac, relojes parados que parecen vivir a la sombra de aquella armadura. Tic, tac. Las marionetas de seda se desmadejan a los pies del orangután oprimido. Se llama Braulio. Porque así lo decidió el vendedor de cupones que tenía el mundo en lugar de ojos.

Pero importa poco, porque como ya he dicho, todo eso queda atrás. Y entre caracolas de metal, nacen las algas del destello. Toma una y dibuja estelas entre la arena de pan. Pero no sueñes, que no está permitido entre las horas de luna baja. Tan solo cuando el sol está alto, vigor entre nubes blancas y cielos de color de mar (pero del bonito), puede uno volar sin límites, pasando entre castillos de metacrilato y hojaldre, de lumbre agotada y de volcán intenso.

Cualquier podría saber que nada de eso ha pasado ni pasará, pero cualquiera no leería estas palabras sin entender su significado. Solo una persona lo haría. Y está muerta. O quizás nunca nació. Puede que incluso sea mentira. A saber. El mundo es así de raro.

No hay comentarios: