jueves, 5 de septiembre de 2013

Elefantes sicarios (o de cómo la felicidad no te la regalan)

Los elefantes son maldad pura. Así que no es de extrañar que alguno pueda ser un sicario. De los de calidad.
Por mi parte, yo no sirvo para eso de ser sicario. Ni para ser elefante, todo sea dicho.

Hoy quiero dejar clara una cosa. Sí, mi último mensaje fue ñoño. Y claro que me siento afortunada y soy muy feliz ahora mismo. Pero que nadie me "envidie" ni se alegre de que sea feliz por haberme emparejado. Igual otros creen que la felicidad se basa en tener a alguien a tu lado, pero yo no lo comparto. Soy feliz porque me he esforzado para serlo. Que haya sido capaz de atraer a otra persona es secundario. Y posiblemente es algo que no habría pasado si yo fuese otra de esas sombras ambulantes que se arrastran por el mundo pensando que todo es horrible.
Pues no, no quiero que nadie me reste mérito. La felicidad no viene milagrosamente a visitarte. Hay que buscarla. Y para eso hay que dejar de lloriquear y prepararse para hacer sacrificios.

Sí, soy una persona optimista, lo reconozco. Pero eh, si mantengo el optimismo es porque me esfuerzo. Porque analizo las circunstancias y llego a la conclusión de que es el mejor enfoque para resolver los problemas. No es porque tenga una habilidad mágica para verlo todo bonito. Y eso es algo que he entrenado durante años, desde que vivía exiliada en el bosque.

Así que no, no soy feliz por haber encontrado el amor. No cabe duda de que eso siempre ayuda a estar aún más contento. Pero ya era feliz desde mucho antes. Desde que me dije que no pensaba emplear mi tiempo en pensar en lo peor, sino que iba a esforzarme en disfrutar al máximo de lo que me ofrecía la vida.

Y eh, que no se reconozca mi esfuerzo es lo de menos. Pero la gente, al pensar así, se hunde aún más en su miseria y lo reduce todo a "yo es que no tengo quien me quiera". Y eso me da rabia. Porque en lugar de pensar "eh, ella ha podido salir adelante, yo también puedo" adopta una postura negativa en la que esperan que aparezca una mano salvadora que todo lo ponga en su lugar. No, no hay manos salvadoras. Si uno quiere ser feliz, tiene que luchar por ello.

Cuando hablo de luchar, lo digo seriamente. Si uno ha probado de todo y sigue sin ser feliz, igual toca cambiar el enfoque. Y para ello hay que hacer cosas incómodas. Abandonar esa zona comfortable de la que tanto se habla y salir al exterior.

Y es que incluso las cosas más agradables que he hecho últimamente, me han costado muchísimo. La de veces que me dije que ojalá pudiese anular el vuelo a Japón porque no tenía nada de ánimo para ir. Incluso mi visita a Valencia, donde también lo pasé estupendamente, fue algo que me resultó un poco complicado al principio. La tentación de quedarme en casa era enorme.
Aplicad esto a cada vez que me he apuntado a algo, que he quedado con alguien o he emprendido un nuevo proyecto. Y es que hasta hace nada, aún tenía días en los que la depresión hacía acto de presencia de forma ligera.
Pero sabía que tenía que vencer la incomodidad inicial, porque iba a merecer mucho la pena.

Y eh, me sigue pasando. ¿Alguien cree que no me da miedo pensar en irme a UK a la aventura? Soy consciente de lo complicado que va a ser al principio. ¿Pero y qué? Quien algo quiere, algo le cuesta. Y si la única opción viable que tengo es irme fuera, pues allá que vamos. Ya me encargo yo de ir pensando en todo lo positivo que me puede aportar y en cómo puedo sacar el máximo partido a la experiencia.
Pensar en todo lo que he querido hacer y no he podido, de poco sirve. Pensar en todo lo que me gustaría hacer y tampoco puedo, es igual de improductivo. Así que toca pensar en lo que sí está en mi mano. Porque siempre hay algo que podemos hacer. Si aceptamos que tenemos que salir de nuestra zona de comodidad y hacer cosas nuevas que no nos hacen sentir tan seguros.

Para mí es sencillo. No se trata de tener grandes habilidades, se trata de ser prácticos. Si tienes un muro ante ti y no cede por muchos golpes que le propines, igual es hora de pensar que hay técnicas mejores que seguir con lo mismo una y otra vez. En primer lugar, porque puede que el muro nunca ceda. Y por otra parte, porque aunque lo hiciese, uno habría tenido que sufrir mucho en el proceso e invertir largo tiempo.
Así que si yo me encuentro un muro que me corta el camino, me las ingenio para trepar, rodearlo o buscar la manera de llegar hasta el otro lado. Y sí, desviarse no es agradable. Parece menos inmediato que atravesar directamente el muro. Pero hay que pensar a largo plazo. Y ese tiempo que invertimos en rodear lo recuperamos cuando estamos al otro lado, mientras otros siguen dándose cabezazos contra la pared.

Sobra decir que es todo cuestión de actitud. Cada persona tendrá su carácter y sus particularidades. Pero la actitud es algo que depende únicamente de nosotros y de cuánto queramos esforzarnos en algo. Todos tenemos la capacidad de rodear muros, pues disponemos de piernas funcionales. Pero hay que querer hacerlo. Y no esperar a que nadie venga a tirar de nosotros para superar el obstáculo.

Así que, enlazando con el principio de esta entrada, yo ahora soy tremendamente feliz. Pero no he encontrado a un salvador que me haya mostrado el camino. He rodeado el muro yo solita y, una vez en mi destino, me he podido permitir disfrutar de la persona que he encontrado allí. Pero nunca habría conseguido hacerlo si me hubiese quedado rabiando y lamentando mi suerte al otro lado del muro.

Buah, cómo me he enrrollado. Y todo para que esto acabe en una terrible Coelhada, como bien sabe un basilisco de fango que mora por aquí.
Pero no importa, porque se me vienen a la mente varias personas a las que estoy viendo estamparse contra el muro una y otra vez y que han tomado el anuncio del fin de mi soltería como una especie de salvación que alguien me ha otorgado. En lugar de ver lo que he conseguido, han tomado el último dato relevante y lo han añadido para que encaje con su imagen de cómo funciona el mundo. ¡Y esa no es la moraleja correcta! Que tampoco es que haya una moraleja, correcta o no. Pero no pienso alimentar con mi silencio las distorsiones cognitivas de la gente que me importa.
Ciertamente, no sé si esas personas leerán esto. No es algo que tenía en mente al empezar a escribir (como si hubiese tenido algo en mente en algún momento, ja). Pero bueno, aquí está esto, que seguro que a alguien le sirve. Aunque sea para no sumarse al grupo de los que creen que nos salvamos porque alguien se digna a querernos.
Además, en mi caso, soy yo la que permite a la gente que me quiera, en un acto de bondad sin precedentes.

Total, que el merlucismo se extiende. Y los elefantes sicarios no dan abasto. Es dura la vida de los elefantes. Casi tanto como la de las piedras porosas en Afganistán. Pero bastante más que la de las fresas con nata. Ñam.

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