martes, 2 de julio de 2013

Boa, geometría y puntuación

Me gustan las noches, porque es el momento del día en que yo soy más yo. Los ánimos están más elevados. Y encima no tengo que preocuparme de en qué invertir el día. La única opción es dormir, sin sentirte culpable o cansada. Y las horas que no duermes son horas que le robas a la legítima noche para compensarlo que no dio de sí el día.
La opción de aprovechar la noche para disponer del día no es válida. Las horas del día están contaminadas y son el doble de largas de lo normal. Y la gente es mucho menos interesante cuando luce el sol, porque aún no han bajado las corazas. Hay que esperar a que el cansancio les haga mudar la piel.

A veces tengo la sensación de que todos los seres humanos somos iguales. Hay más cosas que nos hacen asemejarnos que aquellas que nos diferencian. Todos queremos ser felices. Todos tenemos miedos. Todos deseamos conseguir nuestras metas y progresar.

Coge a cualquier persona al azar. Sabe lo que es el hambre, el sueño, el frío. Sabe lo que sentir felicidad y lo que es llorar una pérdida. Tendrá momentos en los que sentirá ternura y momentos en los que sentirá ira ante las injusticias. Disfruta de sus aficiones y de tener gente que te aprecia y a la que apreciar.
Tiene pocas ganas de madrugar para hacer un trabajo tedioso. Pero saltaría de la cama si tuviese un encuentro largo tiempo anhelado. O si la habitación se incendiase, claro. Y es que esa persona prefiere vivir a morir (si no sufre de trastorno mental alguno). Y prefiere disfrutar a sufrir.

Y escoge a cualquier otra persona de forma aleatoria y el resultado será el mismo. Nos parecemos demasiado, aunque nos guste diferenciarnos. La esencia humana está ahí y va más allá de clases, sociedades y fronteras.

Sin embargo, lo que nos hace encajar con otras personas son las pequeñas diferencias. Lo que es común en todos ya está tan asimilado que no lo usamos como base para relacionarnos. No nos acercamos a otras personas porque, al igual que nosotros, respiran y tienen aparato digestivo. Es algo en lo que ni siquiera reparamos. Es inherente a nuestra naturaleza.
Por eso, nos fijamos tanto en lo que nos separa. Porque son cosas arbitrarias, no fijadas en el ser humano por el mero hecho de serlo. Y son esas pequeñas cosas las que nos hacen no querer saber nada de una persona o quedarnos tremendamente fascinados.

Esas pequeñas cosas pueden crear sociedades fuertemente unidas. O pueden ser elitistas, si son minoritarias y cuesta encontrar a alguien que comparta esa particularidad de tu persona. Por elitista no me refiero a mejor, simplemente es algo minoritario, selecto... ¿pero para bien o para mal? En un mundo en el que todo el mundo encuentra adorable a un cachorrito, ¿cómo encajas si lo que adoras son las cucarachas? (la selección natural no debería permitir que ocurriesen estas cosas, pero la selección natural hace mucho que se rindió con nosotros).

Entre aquello que nos diferencia y no es particular, que nos define como personas, hay una gran variedad de elementos. Pese a ello, muchos de esos elementos se dan en gran número de personas que se integran y sienten que su vínculo no se limita a compartir la misma especie.

Y aunque no somos únicos en el mundo, sí podemos pertenecer a un porcentaje claramente en desventaja. El de los raros. Desde el que tiene unas preferencias que pocos comparten a los que hacen gala de un comportamiento que se rige por su propia moral y no por lo que la sociedad establece.

Yo soy consciente de que, para bien o para mal, estoy en este último grupo. No creo que sea algo de lo que presumir, no creo que implique un gusto más exquisito ni un valor añadido a mi persona. Simplemente es una configuración de un ser humano. Que es como es, pero que podría haber sido de cualquier otra manera. No es ni mejor ni peor. Es diferente.

No es un secreto que lo diferente encaja con mayor dificultad. Un mundo en el que los rectángulos campan a sus anchas, posiblemente se encuentre pensado para acoger a más y más rectángulos. Y si se incorpora un círculo a ese mundo, se encontrará con muchas puertas por las que no es capaz de entrar.
En este punto es cuando hay una gran diferencia entre los, siguiendo con el ejemplo, círculos. Los hay que odiarán al mundo, intentarán defender su ego de círculo y cuanto mayor sea la frustración por no adaptarse a un mundo rectangular, mayor será la frustración acumulada. Algunos renunciarán a su naturaleza de círculo y pasarán por quirófano para lucir sus angulosas formas. O quizás simplemente se mimeticen, aprovechando las puertas de gran tamaño, pues las pueden cruzar independientemente de su forma.

¿Pero y el segundo grupo? El segundo grupo también se frustra. Pero no culpa al mundo. Ni a se culpa a sí mismo. Simplemente piensan "Esto es lo que hay, vamos a ver cómo conseguimos la mayor felicidad posible aunque tengamos ciertas dificultades añadidas". Es el camino complicado, porque cuando algo sale mal, es más sencillo sucumbir a la ira que entregarse al estoicismo.
¿Cuánta gente habrá perdido la cabeza ante esta situación? A saber.

Otra pregunta sería... ¿en qué grupo estoy yo? Si damos por sentado que soy un círculo, claro. Muchos quieren ser círculos en un arrebato de sentirse diferentes. Y entonces llega un momento en que hay tantos círculos (reales o fingidos) que el mundo los tiene que aceptar y crear accesos adecuados para ellos. Y allá van tan ufanos los círculos, creyéndose diferentes a los rectángulos.

Así que yo no me quiero considerar un círculo. Ni un rectángulo. Ni nada. En realidad, lo bonito sería pensar que todos somos masas amorfas que podemos adoptar una forma u otra a placer. Pero no es tan sencillo. Algunos no pueden. Otros no quieren.

Volviendo a mi caso, tengo claro que soy un asterisco. Blandito, como un pompón. Al menos, así son esos palitos, como pseudópodos, que se doblan cuando voy rodando por la vida cual estepicursor en el desierto. Supongo que en mi interior hay algo más consiste, un núcleo del que salen mis púas de asterisco. Pero ignoro la forma de ese núcleo, soy un asterisco formado a base de múltiples rayitas superpuestas, habría que apartarlas para mirar bien. Y eso es muy poco decente.

La verdad es que como asterisco se vive bien. Al ser tan flexible, no suelo tener problemas para entrar en lugares no acondicionados para mí. De cuando en cuando lo hago, atravieso nuevas puertas y exploro. Pero no me hago pasar por lo que no soy, no escondo mi naturaleza.

Ciertamente, no soy el único asterisco del mundo. Me he topado con muchos otros (muchos dentro de la especie en extinción que somos). Pero la mayoría no son flexibles y no pueden seguirme cuando atravieso una puerta. Son rígidos y chocan con puertas varias. A veces se cuelan en la de los círculos, donde se sienten más aceptados, pues se sienten esferas a las que les hubiesen arrebatado trozos a mordiscos.

Afortunadamente, hay asteriscos que no se han fosilizado todavía. Ellos se suelen sentir tan incomprendidos como yo al ver a nuestros compañeros tan austeros, tan inamovibles. ¿Por qué tienen que ser así? Ser un asterisco no es malo. ¡Hasta podemos crear nuestras propias puertas con nuestra silueta! Sin apenas ayuda, sin recursos... pero con ilusión. Y te sientes tan bien cuando contemplas la puerta acabada y sabes que tienes tu pequeño rincón...

En mi estancia caben muchos asteriscos, aunque deben ser flexibles, pues el acceso se realiza mediante un túnel que requiere que nos vayamos adaptando a la forma de los distintos tramos. Lo que nos espera al otro lado es un lugar de paz, de encuentro ansiado.
Tengo a mis pequeños asteriscos a mi lado. Jugamos a contarnos historias y a soñar con vidas que no son nuestras, con viajes imposibles.
A veces nos sentimos solos, claro que sí. La habitación es enorme, demasiado para tan pocos de los nuestros. Por eso intento salvar a los que creo que pueden llegar al interior. Veo cómo aún pueden doblar sus patitas lo suficiente como para ir adentrándose en el túnel.
Aunque es peligroso. Alguno se ha agobiado ante el esfuerzo que supone, ha querido volver atrás y, con la histeria, se ha hecho daño buscando la salida. Y después han volcado en mí su ira y todas las culpas. Por haberlos invitado a pasar. Y es que siempre es más fácil culpar al pasadizo que aceptar que nos ha ganado el miedo.

No me rindo, pese a ello. Ni se rinden los asteriscos que comparten mi día a día. Sabemos que lo tenemos difícil. Pero si nos rendimos, nos endureceremos y tendremos menos oportunidades aún de encajar. Y sobre todo, perderemos la oportunidad de ser completamente libres, fieles únicamente a nosotros mismos.

Y así pasan los días, conjunción tras conjunción. Sintiéndome hermana con mis otras figuras, compartiendo un mismo aliento. Pero con la secreta esperanza de no ser el asterisco más flexible del mundo. Porque eso también me convertiría en el más incomprendido e inalcanzable.

1 comentario:

M dijo...

Buah, esta entrada ha quedado particularmente llena de errores y gazapos y sueño múltiple. Pero la esencia se sigue captando y no pienso dejar de escribir de esta forma automática y a estas horas de la noche. ¡No es propio de asteriscos pompón!