viernes, 28 de junio de 2013

Tres letras

A veces se preguntaba si Daro era el que aportaba serenidad en su día a día. Aquel que vigilaba de cerca sus pasos e impedía que se acercase demasiado al peligro.

En ocasiones, recordaba que nació del caos más absoluto, entre la bruma esmeralda que se abrazaba a la ceniza.

¿Qué son unos meses comparados con un mañana eterno? Y ni siquiera podía decirse que hubiese perdido el tiempo. Había aprendido mucho sobre ella misma en ese tiempo de reclusión. Y había permitido que algunas personas se colasen en aquel jardín particular. No llegaban a traspasar la verja, no eran capaces de alcanzar el palacio.

Había alguien a quien quería tomar de la mano y pedirle que pasara una noche con ella en aquel lugar. Que la estrechase entre sus brazos y no quisiera soltarla jamás. Pero no podía concederse más ilusión que la de los ojos de Daro.

Quizás en el futuro. Nos queda tanto por ver, tanto por conocer.
Lanzas un dado, sale una tirada que apenas modifica tus circunstancias y, al mismo tiempo, lo cambia todo.

Pero igual que no hay modo de saber que hoy estaría arropándome entre esta nube incierta, no puedo adivinar si mañana me lamerá el sol las mejillas o si un diente de león se perderá entre la brisa, junto al estanque.


Y piensas, y te preocupas y caes en el error de los que se pierden en lo abstracto y no viven en lo concreto. ¿Para qué pensar si tus alas te permitirán cruzar el mundo entero si no has esperado siquiera a que se fortalezcan lo suficiente?

Pero ah, demasiado tiempo de ociosa preocupación despreocupada, o quizás de algo aún peor. Es por eso que hay que humanizarse y dejar los grandes logros a un lado. Coge ese libro, enciende la consola. Oblígate a compartir las horas de vuelo con aquellas propias de los que caminan bajo tus pies. Y no esperes disfrutarlo el primer día. Es uno de estos ejercicios que necesitan hacerse poco a poco, con calentamiento previo y sin dejar que las agujetas nos hagan desistir.

A fin de cuentas, hay gente que no sabe volar. Y sobrevivien. Cómo no hacerlo cuando puedes surcar el atardecer de arriba a abajo.

Hay tiempo. Tiempo es lo único que tenemos. Tiempo que se extiende de una forma tan eterna que nos angustia. Pero, sin embargo, también es un bien preciado sin garantía, que te puede ser arrebatado en cualquier momento. ¿Merece la pena preocuparnos por algo que ni siquiera sabremos si podremos alcanzar? Y que, desde luego, cuando lleguemos a acariciarlo, probablemente no se parezca en nada a lo que habíamos imaginado.

Hoy me he permitido lamentarme y agriarme el carácter por unos instantes. No sé si lo necesitaba o no, pero sé que esa no es la solución. Y sé que no quiero callar a la gente que me importa solo porque no esté viviendo mi situación. Así que nada de permitir que me crea esta miseria que nos venden en fascículos. Todo depende de la importancia que le damos y un café virtual puede ser tan importante como las dudas de un mañana. Porque ambas situaciones nacen de no saber algo con certeza.

Hay que vivir con ello y dejar de dar vueltas a lo que escapa a nuestra comprensión. Demos siempre el beneficio de la duda, pues nos hará más felices dar una oportunidad no debida que desatender a alguien que no nos deseaba ningún mal. Y si en algún momento la incertidumbre amenaza con amargarnos, quizás es momento de dejar lo que estamos haciendo y darnos un relajante baño de burbujas. Al menos, es lo que pienso hacer en mi mente.

Y es que acabo de recordar eso. Nadie me puede arrebatar mi mente. Mía. Por tanto, nadie puede robarme aquello que atesoro en ella. A vosotros.

2 comentarios:

MaNoPlaS dijo...

tu mente es mía, Ale

M dijo...

Ya te gustaría, ya...

PD. Se te echa de menos...