viernes, 7 de junio de 2013

Te quiero

Las palabras pueden estar vacías o cargadas de signicado. Lo mismo sucede con aquellos "Te quiero" a los que la sociedad ha moldeado de una forma muy diferente a la que yo decido que deben tener.

Un "Te quiero" debería ser especial. O quizás depende de la persona que lo recibe. Algunos hay que los reparten como los buenos días.

¿Y qué hago yo? Ser incorrecta, quizás, como dice mi Esquizombillo. Esa es otra. Yo me apropio de la gente. No puedo tomarla por la fuerza, no puedo arrebatarles el alma y guardarla en tarritos delicados de cristal. Ni siquiera puedo empujar sus cuerpos hasta una improvisada cárcel de la que no pueden escapar. Pero son míos. Porque en el momento en que entran en mi mundo y significan algo para mí, lo son.
Sé de alguien que siempre me lleva la contraria. "No soy tuyo, no soy de nadie". Informático tenía que ser, claro. No es que los ceros y unos sean enemigos de las cualidades de las palabras, pero sí es cierto que las liman y les quitan parte de su esencia delicada.

Me desvío del mensaje principal. Si es que hay mensaje, pues en mi escritura improvisada no hay un hilo argumental, solo hay una idea que se va creando a sí misma mientras pulso las teclas entre parpadeo y parpadeo, el sueño hablando a través de mis manos.

"Te quiero". Me encanta decirlo. Pierdo la cuenta de la cantidad de veces que puedo decirlo cuando tengo pareja. Porque es mirar a sus ojos, sonreír y llenarse mi boca con esas palabras. No las pronuncio, escapan de mis labios cuando intento dirigirme a él.

Pero es mucho más que eso. Eso es amor, pasional, comprometido. Pero hay otro tipo (múltiples, en realidad) de querer. El querer que no es exclusivo, que puede tener tantos dueños como matices tenga la frase en ese momento.
Sin embargo, no nos educan para decir "Te quiero". Como si esas dos palabras fuesen a gastarse si se usan demasiado. No, el sentimiento es incombustible. Puede usarse esta expresión de forma ligera, sin saber qué se está diciendo siquiera. Como el que recita una maldición en una lengua que no conoce. No puedes invocar demonios si no eres consciente de estar haciéndolo, del mismo modo que no puedes querer si no sale del alma, por mucho que seas capaz de articular las palabras.

"Te quiero". No recuerdo quién fue la primera persona que me lo dijo. Pero sí recuerdo a la primera persona que me enseñó a usarlo fuera del ámbito de pareja. Yo era apenas una niña y él era alguien que se preocupaba por mí como un hermano mayor. Recuerdo una noche francamente mala, en la que me llamó por teléfono. Y allí recuerdo que aprendimos a decirnos esas palabras como un vínculo que estrechaba la amistad que la distancia alejaba.

Después he tenido rachas. En las que algunos eran merecedores de recibir ese halago. U otras en las que la única que tenía aquel privilegio era mi propia persona.
Al final, con el tiempo, he ido reajustando mis definiciones de la realidad y una de mis últimas lecciones es que el cariño no debe ser algo con lo que racanear. Es la base del afecto y las relaciones humanas, una forma de verbalizar lo que siento. Y poco me importa si la sociedad dicta que debo reservarlas para otros momentos, otros contextos. Yo tengo una naturaleza sensible, es algo que no puede negarse. Y qué es la sensibilidad sino la magnificación de los sentimientos. Entre ellos, ese querer que necesito esparcir al viento, con la esperanza de que se convierta en una pandemia que nos haga a todos sonreír un poco más.

Por eso, esta noche necesito decirlo bien alto. "Te quiero".
A ti. Y a ti. También a ti. Podría hacer decenas de alusiones, solo con la gente que hoy me ha ofrecido parte de su tiempo, ya podría llenar unas cuantas páginas de la libreta de mi aprecio. Pero es que va más allá de todo eso. Es algo que no controlo, que se exiende, que serpentea y se enrosca en torno a los que deciden recorrer una parte de su camino junto a mí.

No hay que asustarse. Soy Mello, disonante e incorrecta, en palabras de gente a la que, precisamente, quiero muchísimo. No hay más implicación que la de ser importante para mí. Cosa que, si bien no debe ser subestimada, no debe despertar temor alguno en aquellos que me rodean. Podéis seguir siendo cervatillos que corretean libremente por los prados de mi día a día. Pero os quiero y eso es algo que ni toda la libertad del mundo va a poder borrar de mi mente.

Me gustaría dedicar esta entrada a algunas personas concretas. Porque puedo querer, pero algunos se han ganado un hueco especial en ese mundo del aprecio. Pero el sueño me lo impide y tampoco quiero hoy hacer distinciones. Porque realmente no las hay a la hora de miraros a los ojos y sentir que sois especiales y una parte importante del puzle de mi mundo.

Ah, las teclas no desean ser pulsadas, mis ojos se niegan a permanecer abiertos. Solo los sentimientos están intactos. Solo esas dos palabras puedo pronunciar antes de tener que acabar con este texto.

Te quiero.

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