viernes, 21 de junio de 2013

Yaaaaaaaaaaaaaaaaaaay

Se alzó, como se alzan los camellos cuando la arena quema más que mi mirada. Se alzó, como lo hacen los asteriscos trepanados cuando notan que se acerca la tormenta. Se alzó, como siempre se alzaba. Y no tropezó, porque se había alzado con bastante lentitud y su torpeza tenía límites.

Y así, la criatura anteriormente conocida como... como... bah, de alguna manera... pues ahora esa criatura había renacido y se había traído del otro mundo una espada muy chula. Bastarda, fijo.

El mundo que contempló a su alrededor no se parecía en nada al que había dejado. Tan solo había pasado una semana. Una semana de decadencia y sometimiento, de esquivar cristales al caminar. Pero le había bastado para ver dónde debía colocar cada cosa. Y a cada persona. Oh, sí. Sus dulces y tiernas personas. De carne insípida pero sangre realmente deliciosa. El crujir de los huesos entre las mandíbulas de su cancerbero era el fin de lo poco que quedaba de humano entre aquellas salas.

No, no habría venganza. Porque la chica no se lo permitiría. Ni tampoco sus guardianes. Posiblemente, ni siquiera sus sombras aceptasen su presencia en aquel altar en el que había establecido su morada.
Pero eso no le importaba. Había despertado y se había librado de las cadenas. Ig Nuf, como habrían dicho sus ancestros.

Y ahora era libre. Oh, qué bello mundo. Qué hermosa desesperación podría sembrar si no estuviese a las órdenes de quien gobernaba este nuevo mundo. Pero hasta un alma destructora podía hacer el bien si eso implicaba conservar a salvo aquella sonrisa que daba y arrebataba la vida sin distinción.

Adoración. Suprema. Hacia la única que había conseguido montar en su lomo endurecido, desafiando la mirada capaz de triturar rocas. Y por ello, había vuelto. Porque nadie iba a intentar desmontar el mundo mientras él estuviese al acecho. Al menos, nadie que sintiese un mínimo interés en seguir conservando el aliento vital.


No hay comentarios: