Había encajado todos los golpes, se había incorporado, se había sacudido el polvo de la ropa y había seguido caminando como si nada.
Se había perdido a sí misma durante un tiempo y había caminado por sendas en las que se internó sabiendo que era poco recomendable hacerlo. Había despejado la incertidumbre enfrentándose a ella y había desembocado en una lucha dolorosa entre ella, el reflejo, la bestia y su otro "yo". Con Daro como un juez sin posibilidad de dictar sentencia.
Y aunque habían tomado el control de su cuerpo y su mente, ella había logrado deshacerse de sus abrazos mortales. Había recuperado su esencia y ahora caminaba con dignidad. Vacía, con el eco de las carcajadas de las otras rebotando de un lado a otro en su mente inmadura. Pero orgullosa de haberlo conseguido, de haber sabido encontrar el camino que deseaba seguir. Y quería recorrerlo sola. Al menos, hasta que cesase la lucha entre sus múltiples manifestaciones.
No contaba con la aparición del joven de cabellos de fuego. Casi logra echarse a sus brazos, pero la chica consiguió apartarse en el último instante.
-¡No me toques! -gritó.
Él la contempló sin entender lo que sucedía. La sangre comenzó a manar de la herida que habían provocado aquellas palabras.
Ella guardó silencio. Cualquier cosa que dijera podía empeorar la situación. El solo hecho de moverse podía causar un daño irreparable. No es que ella hubiese creído nunca en daños sin solución, pero esta vez no quería arriesgarse. No con él.
Todo a su debido tiempo.
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