Vivía suspendida en el tiempo. En un presente que aún no podía conectar con el futuro y que, con más frecuencia de la que debería, se enredaba con el pasado.
Ella, él, ellos. Sombras, caos, reflejos, lagos, cavernas, abismos. Y en mitad de ello, dos sonrisas. Frío, miedo, sangre, dolor, acero.
No sabía dónde se encontraba exactamente. Ni siquiera tenía claro quién de todas ellas era en ese momento. Sabía que no era la misma de dos meses atrás. Pero tampoco era la misma que aquel terrible verano. Ni la de años atrás. Desde luego, no era la misma que se encontró a Daro aquella noche, a la salida de Axama.
Pero había una cosa que tenía clara. Había conseguido recuperar la llave del jardín. Colgaba de una cadena de plata, en su cuello. A veces la tomaba entre sus manos y la contemplaba. ¿Cuánto tiempo había pasado ya?
Había jurado no dejar que nadie volviese a pisar aquel edén. Y aunque había ciertas personas que habían logrado penetrar por sí mismas, ninguna había conseguido llegar hasta lo más alto. El lugar que requiere de alas para alcanzarlo.
Ahora se cernía sobre ella la amenaza. Una vez más. Él podía volver. Había vuelto, de hecho. Y se encontraba muy cerca de la fuente, intercambiando miradas confusas con el resto de los jóvenes que habían competido alguna vez en la misma antigua batalla.
Nadie puede entrar, se decía ella. Y cada día, escuchaba las voces de los hombres más y más cerca.
Una parte de ella, deseaba compartir aquel lugar. La otra estaba demasiado preocupada como para pensar. La eterna duda se había hecho tan grande que había desbordado su capacidad de abordar la cuestión.
Sabía que no podía pasar nada malo. Daro no lo permitiría. Ella tampoco. Pero se sentía intranquila. Era todo demasiado confuso. Nuevo y viejo al mismo tiempo, un mundo conocido con una nueva piel. ¿Lograría acostumbrarse?
-Necesitas darles un nombre.
La voz de Daro a sus espaldas la tomó completamente por sorpresa. Pero lo que realmente la dejó anonadada fue la fuerte carga emocional de sus palabras. Eran auténticas verdades. Quizás iba siendo hora de hacer caso.
2 comentarios:
Y así como mi voz es cierta, en tanto en cuanto la dispongo, el tiempo atrapado ni circula ni puede dañar las pequeñas joyas que todos tenemos dentro del pecho, hondo, muy hondo... como es tu caso, pequeñaja.
No obstante soy artificio y la luz no necesita nada para brillar o propagarse incluso por los vacíos donde está prohibida la vida. ¡Vacíos ignotos! Piénsalo...
No puedo. Pensar es cansado.
Por cierto, recuerda que tienes por ahí una invitación. Así podrás conocer el origen del jardín. Bueno, no. Pero igual puedes adivinarlo. Ja.
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