Con los cristales rotos no puedes beber de la dicha, había comentado Daro.
Ella había sonreído y se había arrojado a sus brazos. Las quemaduras habían desaparecido, el mordisco de su reflejo también.
-No te satures -dijo el joven-. Todo a su tiempo. No puedes ocuparte tú de todo.
-Pero es que ellos son tan débiles...
-Shhh... ellos son ellos. Y ahora solo importas tú.
-¿Y tú?
-Yo estoy aquí. A tu lado.
-La historia de siempre.
-Me crearon para este propósito.
-¿Y si ella vuelve? ¿Y si me arrastra?
-No lo hará. No se lo permitiremos.
La chica asintió y se abrazó fuerte a aquel que había escapado de la oscuridad. Sintió el calor largo tiempo añorado. Sintió el peso de las décadas, de los anhelos. Pero sobre todo, sintió cómo el corazón artificial latía al mismo ritmo que el que un día habría de detenerse.
Daro. Siempre Daro.
2 comentarios:
Cuando me dijiste que ibas a basar tu próximo relato en los ingredientes de los canelones congelados, supe que escribirías algo así. 9,9/10; te ha faltado el glutamato monosódico.
Eso para la entrada de la semana que viene. La culpa es de Regargojana. Por no dar señales de vida con más frecuencia.
Publicar un comentario