martes, 23 de abril de 2013

¡La culpa es de Palo Alto!

Siempre me persigue en sueños. Desde aquellos inocentes años universitarios, cuando el mundo era un lugar bonito y las polillas todavía no habían creado su reino de terror en Australia. Pero no en esta Australia. En otra Australia dimensional.

A mí me queda un mes escaso en el exilio. El 23 de mayo estaré de vuelta, después de haberme cruzado el mundo. Y estaré lista para irme a cualquier parte. Un mundo de posibilidades se abre ante mí. Y me enfrentaré a él a solas. Porque al final es como una consigue volar sobre los lagos de azufre. Sin ayuda. Salvo que sea ayuda económica, entonces es bienvenida.

Por culpa de Palo Alto, la gente no comprende a la chica, a Daro, al reflejo de ambos ni a la bestia de las fauces ensangrentadas. Pero yo los comprendo a todos. Incluso al chico pelirrojo, que es la esencia de todo, pese a su papel en apariencia secundario.
Me dan pena los que no son capaces de tenerlos cerca. Porque se consumen en las llamas... de Palo Alto. Mientras que mis únicas llamas son sus cabellos de fuego y su sonrisa repleta de inocencia. Es la pureza, lo inmaculado y sin tacha. Aunque alguna vez ha manchado sus manos de sangre pero... ¿quién no lo ha hecho? Y sobre todo, ¿cómo fiarse de alguien que nunca ha cometido un error? Seguramente si sus manos no están manchadas es porque lleva guantes. De esos que usan los asesinos y ladrones. Yo no quiero que me asesinen. Ni que me roben mis pertenencias. Aunque prefiero lo segundo, más que nada porque apenas tengo pertenencias.

El caso es que tengo sueño. Y hay un relato que quiere salir de mi cabeza, sobre moscas y remoscas. Pero no me apetece. Quizás mañana.

Por lo demás, setecientos pinsapos para todos.

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