viernes, 16 de agosto de 2013

Eh, tú, destino ¬¬

Siempre he dicho que mi vida es curiosa. Es como ir recorriendo un pasillo que no sabes a qué lugar conduce. Y de pronto, al girar un recodo, te topas con una puerta de forma completamente inesperada. Al atravesarla, estás en un lugar completamente diferente al que acabas de dejar. Pero eres consciente de que, en realidad, no has abandonado ningún lugar. Sigues en el mismo sitio, no has hecho más que dar un par de pasos. ¿Tan grande es la diferencia?

Hoy es uno de esos días en los que confirmo que mi vida sigue siendo así. Soy incapaz de predecir dónde estaré el próximo año, porque he aprendido ya que mi vida decide unilateralmente lo que me va a presentar en un futuro. Me cambia las personas que me rodean, las situaciones, las circunstancias. Y lo único que deja como una constante es mi propia persona. ¡Eso cuando mi mente no me traiciona y se va de vacaciones!

Pero lo importante es el ahora. Hago un breve repaso. Mi mente está en su sitio, bajo control. Ok, eso es lo importante. Lo demás es secundario. Pero sigamos mirando. Metas futuras... ahí están, establecidas. Sueños... perfecto, los sueños siguen en su sitio. Chico que me gusta... uh.. eeeeehhh... Pasu shimasu. Nah, está ahí. Creo. ¿Está? ¿Desde cuándo? ¿Por qué nadie me avisó de que iba a volver? ¡O de que pensaba quedarse! O de cualquier cosa.
Mantenemos las distancias, eso sí. Un exceso de precaución que no sé si ayudará a que todo acabe bien o si dinamitará lo que podría ser algo interesante. No me corresponde a mí decidir, de todos modos. ¿O sí? En realidad sí. Siempre tengo que decidir. Oh, no sería yo si no tuviese la última palabra. Y en este caso puedo decidir si esperar o seguir con mi vida. Esta vida que al final decide lo que quiere, pero a la que siempre tengo que intentar mantener bajo control.

Mientras escribo esto, sé que la decisión está tomada. Voy a seguir empeñada en alcanzar lo imposible, en perseguir lo que me gusta y no lo que más me conviene. Yo en estado puro, para qué negarlo.

Pero me siento feliz. Sí, me lanzo a lo desconocido con los brazos abiertos. Y en lugar de asustarme, me siento maravillosamente bien. ¿Por qué? A saber. No son horas de pensar en ello. En realidad, no son horas de nada. ¿Qué hago despierta? ¿Qué hago escribiendo? ¿Por qué nadie me da mil euros? Son esas preguntas que siempre quedan sin respuesta.

Ah, con lo poco que costaba ceñirme a los establecido y decidir en diciembre. Aunque sé lo que sucede. Vaya si lo sé. Lo que ocurre es que yo ya había tomado mi decisión y me acabo de dar cuenta ahora, cuando me surge la oportunidad de tomar un camino distinto al que había seleccionado inicialmente.

¿Qué se hace en estas situaciones? Consultarlo con un manatí. Y eso pienso hacer. Ja.

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