Una morsa contemplaba a sus hijos con mirada atercipelada en trece grados sur. Las crías, a su vez, le devolvían una mirada canica oscura con 3% de intereses.
Era la noche de salomón, aquella que cada año se inauguraba con fuegos artificiales, cánticos y sacrificios humanos. En aquella ocasión, la ofrenda era una chica joven, temblorosa, que apenas sobrepasaba los quince años. Caminaba nerviosa, ataviada con una túnica negra, brillante.
La multitud movía la cabeza a su paso con aprobación, confiando en que aquel año los dioses se encontrasen satisfechos con el regalo.
Sin embargo, los dioses no existen. Solamente existen las moscas, los pescadores de atunes y el solomillo a la pimienta. Ralphonso III era consciente de ello mientras la joven se dirigía hacia la pira que se convertiría en su tumba. No era justo. No podía consentir que las supersticiones de unos cuantos dementes acabasen con la vida de su hermana.
No se lo pensó dos veces. Se puso en pie, se armó de valor y de metralletas y rescató a Brunilda mientras sus compañeros le dirigían miradas cargadas de odio y de números rojos.
La chica se abrazó a su hermano, le dio las gracias (o igual ocurrió a la inversa) y acto seguido mutó en elefante asesino. Pisoteó a todos los miembros de la aldea, salvo a aquellos que corrieron mucho. Y después, se comió a un mono que pasaba por allí.
Al amanecer, el paquidermo había vuelto a convertirse en una chica, Ralphonso se había colocado unos tacones de aguja y tres termitas que pasaban por allí se pusieron a discutir sobre el despotismo ilustrado.
Nada fuera de lo normal. Típica noche de salomón, típico saltamontes anquilosado.
4 comentarios:
Bien.
Elefante asesino...
Quiero tus drogas pero ya! :D
Ya te mandaré un correito más extenso, que ya tengo más tiempo
feliz día del pollo tuerto!
¿Prozac? XD
Pero ya era así antes... :P
¡Feliz día de la casaca elástica!
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