Él era quien guiaba su vuelo entre las nubes cubiertas de ceniza. Sus ojos verdes eran la luz que alumbraba sus noches, retirando las telarañas de su alma, alejando las pesadillas. Y ahora se había ido, quién sabe si para siempre.
Se sentía tan indefensa en aquel lugar en el que no transcurría el tiempo. A sus pies, el abismo se extendía, infinito. Podría dejarse caer, pero nunca dejaría de girar en el aire, incapaz de alcanzar el suelo.
Se había ido, y con él la capacidad de sentir daño. Pero también la de sentir, la de amar. Se había llevado la humanidad consigo, dejando a la chica como una simple carcasa vacía. ¿Y qué mejor recipiente para el odio que aquel que aún espera a ser llenado?
Pero se controló. Desplegó las alas, majestuosas, etéreas. La prueba palpable de que había vencido al horror que en el pasado fue su vida, su alimento. Podía volar y nadie podría detener su vuelo.
Sin embargo, volaría sola. Nadie guiaría su rumbo, nadie susurraría palabras de aliento en las noches frías, cuando ni siquiera el fuego calentaba allá arriba.
¿Por qué se había ido? ¿Cuándo le había dado ella permiso para desaparecer?
Maldijo en silencio. Porque ella no quería protagonizar una historia de fortaleza y valor. No quería ser ejemplo para nadie, no deseaba triunfar sobre la soledad y alzarse con la victoria que deparan los finales felices. No, ella quería ser débil. Quería dejarse llevar, decir "te necesito", dejar que las lágrimas rodasen por sus mejillas haciéndola sentir humana. No quería interpretar el rol del débil que vence las dificultades y gana la admiración de cuantos lo rodean. Se había pasado demasiado tiempo encasillada en ese papel. Se había ganado el derecho de patalear, de aullar de rabia, de arrancarse la piel.
Pero él se había ido. Y con él, los brazos que la amparaban, que la protegían.
No se puede ser débil cuando te encuentras surcando los aires. No puedes buscar la compasión cuando tus alas son todo lo que da sentido al mundo.
Suspiró. El destino tomaba forma ante ella y le dedicaba una mueca burlona. Tanto daba. Era inmune a los divertimentos que él creaba cada vez que lanzaba sus dados.
Miró las nubes grises que se empujaban unas a otras. Creyó ver un rayo de luz apagado, una señal que la invitaba a volar. Él ya no estaba. Pero ella seguía allí. Fuerte, débil. Qué más daba. Tenía que seguir adelante.
2 comentarios:
Y seguro que se fue sin despedirse, un cutre.
Tú lo has dicho XD
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