miércoles, 19 de enero de 2011

¡Mírame!

El chico alzo la vista al escuchar su voz, contemplando cómo se dejaba mecer por la brisa allá arriba, deslizándose entre jirones de nubes bajas.

-Es tarde -sentenció al tiempo que tendía una mano hacia ella-. Si no regresamos pronto, la noche nos alcanzará antes de que dejemos atrás la montaña.

La joven dio un par de vueltas sobre sí misma y comenzó a descender suavemente, tomando la mano del chico una vez estuvo junto a él. Se dejó caer riendo entre sus brazos, extendidas aún las frágiles alas. Al estrecharla contra sí, notó las cicatrices de su espalda, vestigios de un pasado sombrío.

-Ya no duele -dijo ella, adivinando los pensamientos que cruzaban la mente de su compañero-. Aunque hay días en los que me cuesta desplegarlas. Es como si estuviesen entumecidas.

-Es normal, aprovecha esos días para reposar.

-Ah, no, imposible. Sabes que volar es la cura para todo mal, si me agobio por no poder usar mis alas, el mejor remedio es demostrarme a mí misma que puedo hacerlo.

-Hasta que un día te excedas y descubras lo poco agradable que es dar con tus huesos contra el suelo.

-Hmmmm. Tengo cuidado, ¿sabes?

Notó que pese a su ceño fruncido, la chica esbozaba una ligera sonrisa. Sabía que disfrutaba cada vez que se preocupaba por ella, por mucho que protestase al recibir los sermones. Ninguno de los dos podía olvidar lo mucho que habían vivido ni el vínculo que los unía, más fuerte tras haber pendido juntos del abismo, el uno con las manos del otro como única sujeción.

-¿Daro?

La voz lo devolvió de golpe a la realidad.

-Se hace tarde -dijo él mientras emprendía el camino de regreso.

La chica movió la cabeza en un gesto de resignación. Indagar en la mente de su guía era una tarea infructuosa. Tal vez algún día, cuando se hubiese apagado la última de las llamas agónicas que en ocasiones atormentaban sus noches, él se decidiese a hablar. Mientras tanto, seguiría buscando en sus ojos las respuestas que callaba el alma. Como tantas y tantas veces...

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