viernes, 4 de marzo de 2011

Un mazapán arborescente

El catalán no es feo. Lo que es feo es el cacao de lenguas que tengo encima. La culpa es del ciclo, que el curso pasado tuve que aprender francés y solo me ha servido para mezclarlo con el catalán y obtener un resultado... curioso.

Pero bueno, hay vida más allá del estudio (como violar a Jan).
Y también más allá de eso.

Os voy a contar la historia de un molusco con tacones. Se llama Prim. Nació en un pueblo perdido de montaña (en Olivera del Geranio 3,2) y su destino era hacer del mundo un lugar mejor. Para ello contrató los servicios de una oruga que en sus ratos libres devoraba excavadoras. No le sirvió de mucho, pero la familia de la oruga supo sacar buen provecho del dinero recibido (invirtió en casinos, cementerios para leprosos y clonación de ratas sin patas).

El caso es que Prim decidió fundar su propio partido político. Picateclas por la evolución humana. Él no era humano, pero no importa. Uno puede solidarizarse con causas que le son totalmente ajenas, como la hambruna en la cara oculta de la luna (pero solo la que tuvo lugar en los años 30, las posteriores nunca tuvieron el mismo tirón).

Una vez el partido se hubo presentado a las elecciones, ocurrieron muchas cosas. Eh, me acabo de acordar de mi sueño de esta noche. No tiene nada que ver, pero paso de seguir con la historia ahora que me ha venido a la mente.
Yo estaba en una nave espacial (en realidad tenía toda la pinta de ser un edificio cualquiera, pero las paredes eran metálicas y por las ventanas podías ver estrellitas monas). Dicha nave iba a la deriva (si es que eso sucede en el espacio) y yo tenía que abandonarla si quería vivir. Tras cruzar decenas de puertas que se comunicaban con muchísimos ascensores (como en una fase de RPG cualquiera) llegaba a una sala en la que había una jaula con espacio para tres personas. Dicha jaula era una nave de emergencia, salvavidas o como se la quiera llamar. Estaba dotada con una serie de ganchos metálicos que hacían las veces de cinturones de seguridad, además de controlar que las constantes vitales de los ocupantes fuesen óptimas.

Pero entonces ocurre algo, la máquina se vuelve loca, los ganchos cobran vida y se dedican a intentar atacarnos como las malvadas serpientes metálicas que eran.
¿Cómo salir de esa situación? Cambiando de sueño y encontrándote con un animalito adorable que tiene una dentadura de tiburón y que come personas si tiene hambre. Y así termina el sueño, conmigo dándole salchichas de pavo a ver si así decide que es mejor no mordisquear seres humanos.

Todo esto lo sabe Prim, claro. Y lo ha convertido en parte de su discurso político. Imagino que ahora se puede entender que nadie haya escuchado hablar de él, la organización que vela por la seguridad ciudadana (los dentistas, o los equipos de fútbol, ahora no recuerdo) ha considerado que todo esto es síntoma de una salud mental deteriorada. Pobre Prim. Lloremos por él durante tres segundos.

Y ya está, esto es todo en la actualización de hoy. Es viernes. Las moscas vuelan. Fin.

3 comentarios:

Mabel Iborra dijo...

Esta historia ha sido tan extremadamente excitante como mi deseo de comerme un bocadillo de jamón serrano (algún día lo conseguiré)... Me ha gustado :)

M dijo...

Me encantó ese estado XDDD

MaNoPlaS dijo...

Pobre prim!