viernes, 3 de septiembre de 2010

Tengo una nave espacial

Que está hecha de sábanas y me lleva a sitios muy raros.
Esta noche, concretamente, a un almacén abandonado que funcionaba a modo de cuartel general. ¿Para qué necesitaba eso? Para planear junto a mi grupo cómo deshacernos de unos seres mitad zombi, mitad alien. Y aunque mitades solo hay dos, seguramente tenían un lado informático también.
Eso sí, tras toda una noche tendiendo trampas, planeando y creando emboscadas, al final el mérito se lo llevaba otra persona y ofrecían una gala de premios en su honor. Qué poco se reconoce el trabajo bien hecho.

Hoy os traigo una historia que seguramente todo el mundo conozca. O al menos, casi todo el mundo. Es la historia de una mitocondria que se enamoró de un caracol.

Todo empezó una soleada mañana de mayo. La temperatura era de 27 grados, con sensación térmica atmosférica interestelar de 56.
La mitocondria no lograba conciliar el sueño (mi mitocondria sueña, que por algo me estoy inventando la historia). De inmediato supo que la respuesta a su insomnio se hallaba dentro de un cajón de la cocina. Pero como le gustaba desafiar al sentido común, hizo todo lo contrario a lo que debía hacer. Es decir, buscó en un cajón de la cocina del vecino. Allí encontró una bailarina rusa con el rostro desfigurado. "Anacleta", podía leerse en la base del soporte sobre el que descansaba grácilmente (todo lo grácilmente que una bailarina de esas condiciones puede, claro).
Nuestra adorada mitocondria decidió devorarla, albergando la esperanza de que estuviese hecha de mazapán putrefacto. Pero realmente resultó estar hecha de átomos clasistas con monóculo y pata de palo. Así que nada, tocaba aguantarse.

Amaneció entonces, y el dueño de aquella morada ilegalmente ocupada, despertó. El caracol (llamado Fulgencio) se asomó lentamente a la cocina y miró a la mitocondria de arriba a abajo, moviendo sus cuernecitos con cierto interés.
Ella, por su parte, se giró en dirección noreste y dijo:

-Oh.

El caracol sonrió y recitó un poema de amor sobre Copérnico y una tabla de planchar. La mitocondria, emocionada, se echó a llorar al tiempo que temblaba epilépticamente al ritmo de death metal.

Fue así como surgió el amor, puro, cristalino, lleno de vaho y con motas de polvo cósmico. Y fue así también como yo llené una entrada de forma estúpida y sin tener que pensar demasiado.

Fin.

6 comentarios:

MaNoPlaS dijo...

Plants VS Zombies

M dijo...

¡Viciado!

Alberto Zeal dijo...

Si te sirve de consuelo, yo también sueño con cosas raras de zombies y tal :P Aunque a veces me monto unas aventuras tipo Final Fantasy que no veas cómo molan ^_^

¿Sabías que conocí a un Fulgencio en mi etapa periodística? Eso sí, era algo más rápido que tu caracol :P

M dijo...

Es que los sueños molan mucho, me da rabia cuando me tiro una temporada sin recordar lo que sueño XD.

¡Fulgencio! Ya solo te falta decir que conociste también a Segismundo XD

Kagu dijo...

Eso es una historia de amor multiracial y lo demás son tonterías.

Irene dijo...

Va a ser una pareja con futuro, más que nada por la costumbre de las mitocondrias de fabricar ATP y de los caracoles de consumirlo para acelerar XD